martes, 13 de marzo de 2018

EPN con AMLO




El 28 de febrero, “derivado del interés público”, la PGR decidió hacer público el material audiovisual de la visita de Ricardo Anaya a las oficinas de la SEIDO para presentar un escrito exigiendo que se le aclarara si está siendo investigado por lavado de dinero. Nunca la PGR había hecho públicas las grabaciones de su circuito cerrado. Este es el botón de muestra más cínico de la campaña del gobierno federal contra Ricardo Anaya. Tiene razón Diego Fernández de Cevallos: el gobierno “está haciendo un uso faccioso de la PGR”; en otras palabras, el gobierno está utilizando el aparto del Estado con fines políticos contra quien hasta no hace mucho era su amigo. Hasta aquí, clarísimo. Pero ¿por qué?

Durante 30 años, el PRI y el PAN han compartido en amasiato el gobierno del país. A partir de ésta lógica surgió una primera hipótesis que se ha ido cayendo a pedazos en las últimas horas: que a Anaya lo querrían martirizar para consolidar su imagen de opositor y de ahí, hacerlo parecer un competidor digno para el opositor de veras. Falso. Ésta estrategia funciona si y solo si el mártir tiene una base social, algo de lo que el queretano, aunque joven y carismático, carece. ¿Quién tomará la plaza para defender la inocencia de su líder? ¿Quiénes, entre los amigos, la han defendido hasta ahora? La ilógica apunta a que ha habido una ruptura en las élites en medio de la cual ha quedado atrapado el panista y cuyas pistas pueden rastrearse en la convulsión de la relación bilateral México-Estados Unidos. La maniobra genial de Enrique Peña Nieto y Luis Videgaray de acercarse a Donald Trump vía Jared Kushner significó arrebatarle a Carlos Salinas de Gortari el monopolio de la relación bilateral e, incidentalmente, el control de la sucesión presidencial, bajándole a Claudia Ruiz Massieu de las quinielas.

Cui bono. El beneficiado de la ruptura de arriba es, por supuesto, Andrés Manuel López Obrador. El favorito avanza arbolando la bandera de la honestidad mientras sus perseguidores se rezagan discutiendo quién es más corrupto. Entrados en etapa de definiciones, fugado López Obrador, va haciéndose obligatorio tomar partido: con él o contra él. El “uso faccioso de la PGR” contra Anaya, que no es una estratagema sino un intento real para destruirle, es indicativo de que Peña Nieto, puesto en ese dilema preposicionario, habría optado por el con. Peña Nieto, de quien se pueden decir muchas cosas pero no que sea desleal, se sentiría, parece, más cómodo entregando el poder a uno de su misma especie que al conocido traidor. Contrario a la creencia popular, alimentada por declaraciones electoreras de cajón, la relación entre el presidente y el líder de la oposición no ha sido mala:

En septiembre de 2016, apenas hubo abandonado Trump el territorio nacional, sintiéndose el visitante estadista de veras y quedándose sus anfitriones rotos, López Obrador llamó a “frenar la caída [de Peña Nieto]”. A partir de entonces, advirtiendo el vacío de poder inminente, las declaraciones del tabasqueño han sido más audaces. Dos, especialmente: la primera, la propuesta de una amnistía anticipada, el compromiso de que no habrían represalias ni persecuciones de oficio, de que no se procesaría legalmente a Peña Nieto y a los suyos porque “[en el proyecto de reconciliación nacional] no hay cabida para la venganza”; y la segunda, la garantía de que no se desmantelarían las reformas estructurales, legado peñista, que la educativa “no será derogada sino solo modificada en sus aristas más dañinas” o que la energética quedará intacta porque, en palabras de su vicepresidente virtual de facto, “las licitaciones están bien hechas”. A éstas negociaciones aparentes habría que añadir la sospechosa rendición del lopezobradorismo en el Estado de México, refugio del peñismo. Y otras sospechas, pero esas, luego…

El gobierno federal, encabezado por Enrique Peña Nieto, se ha propuesto aniquilar a Ricardo Anaya y abrirle paso, parece, a Andrés Manuel López Obrador —otra cosa sería que le saliera el tiro por la culata si no fuera capaz de sostener legalmente sus acusaciones—.


Francisco Baeza [@paco_baeza_]. 13 de marzo de 2018.

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El 28 de febrero, “derivado del interés público”, la PGR decidió hacer público el material audiovisual de la visita de Ricardo Anaya a las oficinas de la SEIDO para presentar un escrito exigiendo que se le aclarara si está siendo investigado por lavado de dinero. Nunca la PGR había hecho públicas las grabaciones de su circuito cerrado. Este es el botón de muestra más cínico de la campaña del gobierno federal contra Ricardo Anaya. Tiene razón Diego Fernández de Cevallos: el gobierno “está haciendo un uso faccioso de la PGR”; en otras palabras, el gobierno está utilizando el aparto del Estado con fines políticos contra quien hasta no hace mucho era su amigo. Hasta aquí, clarísimo. Pero ¿por qué?

Durante 30 años, el PRI y el PAN han compartido en amasiato el gobierno del país. A partir de ésta lógica surgió una primera hipótesis que se ha ido cayendo a pedazos en las últimas horas: que a Anaya lo querrían martirizar para consolidar su imagen de opositor y de ahí, hacerlo parecer un competidor digno para el opositor de veras. Falso. Ésta estrategia funciona si y solo si el mártir tiene una base social, algo de lo que el queretano, aunque joven y carismático, carece. ¿Quién tomará la plaza para defender la inocencia de su líder? ¿Quiénes, entre los amigos, la han defendido hasta ahora? La ilógica apunta a que ha habido una ruptura en las élites en medio de la cual ha quedado atrapado el panista y cuyas pistas pueden rastrearse en la convulsión de la relación bilateral México-Estados Unidos. La maniobra genial de Enrique Peña Nieto y Luis Videgaray de acercarse a Donald Trump vía Jared Kushner significó arrebatarle a Carlos Salinas de Gortari el monopolio de la relación bilateral e, incidentalmente, el control de la sucesión presidencial, bajándole a Claudia Ruiz Massieu de las quinielas.

Cui bono. El beneficiado de la ruptura de arriba es, por supuesto, Andrés Manuel López Obrador. El favorito avanza arbolando la bandera de la honestidad mientras sus perseguidores se rezagan discutiendo quién es más corrupto. Entrados en etapa de definiciones, fugado López Obrador, va haciéndose obligatorio tomar partido: con él o contra él. El “uso faccioso de la PGR” contra Anaya, que no es una estratagema sino un intento real para destruirle, es indicativo de que Peña Nieto, puesto en ese dilema preposicionario, habría optado por el con. Peña Nieto, de quien se pueden decir muchas cosas pero no que sea desleal, se sentiría, parece, más cómodo entregando el poder a uno de su misma especie que al conocido traidor. Contrario a la creencia popular, alimentada por declaraciones electoreras de cajón, la relación entre el presidente y el líder de la oposición no ha sido mala:

En septiembre de 2016, apenas hubo abandonado Trump el territorio nacional, sintiéndose el visitante estadista de veras y quedándose sus anfitriones rotos, López Obrador llamó a “frenar la caída [de Peña Nieto]”. A partir de entonces, advirtiendo el vacío de poder inminente, las declaraciones del tabasqueño han sido más audaces. Dos, especialmente: la primera, la propuesta de una amnistía anticipada, el compromiso de que no habrían represalias ni persecuciones de oficio, de que no se procesaría legalmente a Peña Nieto y a los suyos porque “[en el proyecto de reconciliación nacional] no hay cabida para la venganza”; y la segunda, la garantía de que no se desmantelarían las reformas estructurales, legado peñista, que la educativa “no será derogada sino solo modificada en sus aristas más dañinas” o que la energética quedará intacta porque, en palabras de su vicepresidente virtual de facto, “las licitaciones están bien hechas”. A éstas negociaciones aparentes habría que añadir la sospechosa rendición del lopezobradorismo en el Estado de México, refugio del peñismo. Y otras sospechas, pero esas, luego…

El gobierno federal, encabezado por Enrique Peña Nieto, se ha propuesto aniquilar a Ricardo Anaya y abrirle paso, parece, a Andrés Manuel López Obrador —otra cosa sería que le saliera el tiro por la culata si no fuera capaz de sostener legalmente sus acusaciones—.


Francisco Baeza [@paco_baeza_]. 13 de marzo de 2018.

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