viernes, 23 de febrero de 2018

Por mi culpa (Dave Malto)


Aunque mi versión de los hechos no tiene el peso que se requiere para la
investigación, debo decir que me siento con la necesidad de hacer esta declaración,
sobre todo, por lo perturbador que resulta el recuerdo y más todavía, lo difícil que
es apartar de mí los pensamientos que atormentan mi existir.

Quizá deba comenzar con lo más importante, mi propósito es y ha sido siempre el de
hacer el trabajo sucio, no me afectaba sentir con mi cuerpo, lo frío de la carne
muerta o incluso de frutas y verduras que si bien viven, no parecen sufrir, o al
menos no como Dulio, tampoco me afectaba prestarme para otras labores menos
prácticas como sujetar un tornillo o sacarle punta a un lápiz, sencillamente uno
desde siempre sabe lo que implica ser un cuchillo, a pesar de todo, nunca había
sentido el calor sobre mi cuerpo de un animal vivo y mucho menos el de alguien tan
cercano a mí.

Recordar esa tarde que maté a Dulio será siempre un infierno, aunque no lo hice
voluntariamente, me avergüenza haber sido precisamente yo quien estaba
dispuesto sobre la barra y no unas tijeras o cualquier otro cuchillo, en esta historia
ya no importa si Pedro estaba lleno de ira o de celos, tampoco importa si Dulio le fue
infiel y que Pedro llegara a encontrarlo teniendo sexo con otro, es más, ni siquiera
importa si Pedro tenia derecho o razón algunos, lo que realmente importa es que no
pude evitar mi propio destino: haber sido forjado para asesinar a quien con tanto
entusiasmo, al verme, me adquirió; hoy el recuerdo de su mano en mi empuñadura
no nadamás es calido y exquisito, ahora también me llena de amargura.

Estoy aquí entre tribunales, metido en una bolsa plástica, siendo testigo de mi delito,
no se me culpa, pero se me exhibe y llevaré siempre marcado el nombre de “el arma
asesina”, tampoco puedo terminar de creer que no he sido yo, que fue Pedro, mucho
menos puedo entender por qué esa tarde Dulio me dejó sobre la barra de la cocina y
no me guardó en mi habitual cajón, tal vez y sólo tal vez, aunque me hubiera
guardado como cualquier otro día, de todas formas Pedro me hubiera tomado a mí y
no a otro, sin embargo, no puedo sino seguir existiendo lamentándome haber
matado a tan buen hombre, tan buen amigo.

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viernes, 23 de febrero de 2018

Por mi culpa (Dave Malto)


Aunque mi versión de los hechos no tiene el peso que se requiere para la
investigación, debo decir que me siento con la necesidad de hacer esta declaración,
sobre todo, por lo perturbador que resulta el recuerdo y más todavía, lo difícil que
es apartar de mí los pensamientos que atormentan mi existir.

Quizá deba comenzar con lo más importante, mi propósito es y ha sido siempre el de
hacer el trabajo sucio, no me afectaba sentir con mi cuerpo, lo frío de la carne
muerta o incluso de frutas y verduras que si bien viven, no parecen sufrir, o al
menos no como Dulio, tampoco me afectaba prestarme para otras labores menos
prácticas como sujetar un tornillo o sacarle punta a un lápiz, sencillamente uno
desde siempre sabe lo que implica ser un cuchillo, a pesar de todo, nunca había
sentido el calor sobre mi cuerpo de un animal vivo y mucho menos el de alguien tan
cercano a mí.

Recordar esa tarde que maté a Dulio será siempre un infierno, aunque no lo hice
voluntariamente, me avergüenza haber sido precisamente yo quien estaba
dispuesto sobre la barra y no unas tijeras o cualquier otro cuchillo, en esta historia
ya no importa si Pedro estaba lleno de ira o de celos, tampoco importa si Dulio le fue
infiel y que Pedro llegara a encontrarlo teniendo sexo con otro, es más, ni siquiera
importa si Pedro tenia derecho o razón algunos, lo que realmente importa es que no
pude evitar mi propio destino: haber sido forjado para asesinar a quien con tanto
entusiasmo, al verme, me adquirió; hoy el recuerdo de su mano en mi empuñadura
no nadamás es calido y exquisito, ahora también me llena de amargura.

Estoy aquí entre tribunales, metido en una bolsa plástica, siendo testigo de mi delito,
no se me culpa, pero se me exhibe y llevaré siempre marcado el nombre de “el arma
asesina”, tampoco puedo terminar de creer que no he sido yo, que fue Pedro, mucho
menos puedo entender por qué esa tarde Dulio me dejó sobre la barra de la cocina y
no me guardó en mi habitual cajón, tal vez y sólo tal vez, aunque me hubiera
guardado como cualquier otro día, de todas formas Pedro me hubiera tomado a mí y
no a otro, sin embargo, no puedo sino seguir existiendo lamentándome haber
matado a tan buen hombre, tan buen amigo.

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