viernes, 12 de enero de 2018

La verdad (Dave Malto)


Esa noche fue más cariñoso de lo habitual, quizá sea por las cervezas que ya
nos habíamos tomado, tal vez porque la circunstancia se prestó a la ocasión, lo
que sí es que lo disfruté como pocas veces sucede, con esa intensidad que
enamora, con esa sensación de felicidad inmensa, de satisfacción total.
No me dejó subir al asiento del copiloto del carro de Javier (mi mejor amigo),
justo antes de abrir la portezuela me detuvo para, sin palabras, llevarme con él
al asiento trasero; ya ahí ignorando completamente a mi amigo, con una actitud
cariñosa como de gatito entecado se me acercó, me acarició la mejilla con su
fría mano y recargando la frente en mi cien me dio un tímido y leve beso que
automáticamente me excitó, sin poder y sin querer resistirme lo abracé y
apretándolo a mí como quien se entrega enamorado correspondí besándolo, él
siguió montándome y elevando la temperatura de aquel chevy azul marino;
Javier por su parte, se limitó a mirarnos por el retrovisor, sin asombro ni
intención alguna de decir o hacer algo para separarnos pues sabía perfecto cual
era la situación.
Cuando el carro se detuvo frente a un comercio de 24hrs. para comprar más
cervezas, Sergio y yo habíamos empañado los vidrios pues no hicimos más que
agasajarnos con tal disfrute y desesperada notoriedad que el jadeo le hizo
pensar a mi amigo que estábamos teniendo sexo.
El parar del carro fue una especie de despertar para mí, me di cuenta que Sergio
ya no era mi novio, bueno, en realidad nunca fuimos novios, pero ya no salíamos
ni estábamos en planes de intentar una relación, es más, él ya estaba con otro y,
por mucha gente, sabía que se llevaban muy bien y que se veían felices juntos.
“¿qué hace?” Me detuve a pensar “¿por qué si ya está con otro viene a besarme
y fajar de esta manera? ¿qué acaso no quiere dejarme? ¿acaso no está bien
con su actual novio?...” Me resistí a seguir armando preguntas en mi mente,
porque de una u otra manera, sabía la respuesta.

Bajamos a la entrada cerrada de aquel establecimiento, la noche me pareció tan
maravillosa, la luna llena enmarcaba mi alucine y entonces cometí el acierto o
error, aún no puedo definir con exactitud que fue, pero le pregunté si eso que
estábamos haciendo significaba algo para él, su respuesta fue una mirada entre
la lástima y la ternura con la que me dijo sin palabras: “pobrecito” y casi al
instante, al darme cuenta de que su silencio y su mirada eran porque en efecto,
aquello no significaba nada más que un buen momento, agaché la mirada al
suelo, respiré profundo para darme valor y le dije:
– ¿No sé si te das cuenta? Pero esto significa mucho para mí, que me
gustas muchísimo, que me enamoras.
– Ay, Dago, no quiero hacerte daño.
– No, no me haces daño, es sólo que esto me hace pensar que tal vez
quieras...
– Por favor no hagas esto, mira, sé que no debí... me dejé llevar.
– O sea, lo digo porque tú estás saliendo con ese chico y tal vez, siendo un
poco más sincero, tal vez me gustaría que esto no fuera por desquitarte
con él o porque, por así decirlo, soy una especie de plato de segunda
mesa al que recurres para no sentirte solo.
– Mira Dago, efectivamente estoy saliendo con alguien más y sí, si estoy
aquí haciendo esto es porque no estamos bien.
Después de eso, sencillamente no pude seguir besándolo, regresamos al
carro y me subí como copiloto dejándolo atrás, le dije a Javier que por favor
lo lleváramos a su casa; el trayecto fue tan callado como incomodo y una vez
más comprobé que a pesar de quererlo como a nadie, incluso de sentir que
lo amo, él estaba jugando, como siempre, conmigo.
Puede ser que lo haga porque sabe que no puedo decirle que no, o hasta
puede que sea una especie de cariño que él también siente por mí sin querer
estar conmigo como novio, no lo sé y la verdad es que ya no quiero seguirme
atormentando con preguntas estúpidas de las que sé muy bien la respuesta,
respuestas que me pese o no, son la verdad.

0 comentarios:

Publicar un comentario

viernes, 12 de enero de 2018

La verdad (Dave Malto)


Esa noche fue más cariñoso de lo habitual, quizá sea por las cervezas que ya
nos habíamos tomado, tal vez porque la circunstancia se prestó a la ocasión, lo
que sí es que lo disfruté como pocas veces sucede, con esa intensidad que
enamora, con esa sensación de felicidad inmensa, de satisfacción total.
No me dejó subir al asiento del copiloto del carro de Javier (mi mejor amigo),
justo antes de abrir la portezuela me detuvo para, sin palabras, llevarme con él
al asiento trasero; ya ahí ignorando completamente a mi amigo, con una actitud
cariñosa como de gatito entecado se me acercó, me acarició la mejilla con su
fría mano y recargando la frente en mi cien me dio un tímido y leve beso que
automáticamente me excitó, sin poder y sin querer resistirme lo abracé y
apretándolo a mí como quien se entrega enamorado correspondí besándolo, él
siguió montándome y elevando la temperatura de aquel chevy azul marino;
Javier por su parte, se limitó a mirarnos por el retrovisor, sin asombro ni
intención alguna de decir o hacer algo para separarnos pues sabía perfecto cual
era la situación.
Cuando el carro se detuvo frente a un comercio de 24hrs. para comprar más
cervezas, Sergio y yo habíamos empañado los vidrios pues no hicimos más que
agasajarnos con tal disfrute y desesperada notoriedad que el jadeo le hizo
pensar a mi amigo que estábamos teniendo sexo.
El parar del carro fue una especie de despertar para mí, me di cuenta que Sergio
ya no era mi novio, bueno, en realidad nunca fuimos novios, pero ya no salíamos
ni estábamos en planes de intentar una relación, es más, él ya estaba con otro y,
por mucha gente, sabía que se llevaban muy bien y que se veían felices juntos.
“¿qué hace?” Me detuve a pensar “¿por qué si ya está con otro viene a besarme
y fajar de esta manera? ¿qué acaso no quiere dejarme? ¿acaso no está bien
con su actual novio?...” Me resistí a seguir armando preguntas en mi mente,
porque de una u otra manera, sabía la respuesta.

Bajamos a la entrada cerrada de aquel establecimiento, la noche me pareció tan
maravillosa, la luna llena enmarcaba mi alucine y entonces cometí el acierto o
error, aún no puedo definir con exactitud que fue, pero le pregunté si eso que
estábamos haciendo significaba algo para él, su respuesta fue una mirada entre
la lástima y la ternura con la que me dijo sin palabras: “pobrecito” y casi al
instante, al darme cuenta de que su silencio y su mirada eran porque en efecto,
aquello no significaba nada más que un buen momento, agaché la mirada al
suelo, respiré profundo para darme valor y le dije:
– ¿No sé si te das cuenta? Pero esto significa mucho para mí, que me
gustas muchísimo, que me enamoras.
– Ay, Dago, no quiero hacerte daño.
– No, no me haces daño, es sólo que esto me hace pensar que tal vez
quieras...
– Por favor no hagas esto, mira, sé que no debí... me dejé llevar.
– O sea, lo digo porque tú estás saliendo con ese chico y tal vez, siendo un
poco más sincero, tal vez me gustaría que esto no fuera por desquitarte
con él o porque, por así decirlo, soy una especie de plato de segunda
mesa al que recurres para no sentirte solo.
– Mira Dago, efectivamente estoy saliendo con alguien más y sí, si estoy
aquí haciendo esto es porque no estamos bien.
Después de eso, sencillamente no pude seguir besándolo, regresamos al
carro y me subí como copiloto dejándolo atrás, le dije a Javier que por favor
lo lleváramos a su casa; el trayecto fue tan callado como incomodo y una vez
más comprobé que a pesar de quererlo como a nadie, incluso de sentir que
lo amo, él estaba jugando, como siempre, conmigo.
Puede ser que lo haga porque sabe que no puedo decirle que no, o hasta
puede que sea una especie de cariño que él también siente por mí sin querer
estar conmigo como novio, no lo sé y la verdad es que ya no quiero seguirme
atormentando con preguntas estúpidas de las que sé muy bien la respuesta,
respuestas que me pese o no, son la verdad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario