El dilema de los hermanos Karamazov, de Fiodor
Dostoyevski sobre la aceptación del sufrimiento y la muerte de un inocente
“para fundar sobre sus lágrimas la felicidad futura” y, de paso, saciar a un
sanguinario dios encuentra su facsímil bíblico en el cuento del sacrificio de
Isaac, el hijo de Abraham. Gracias a la intervención in extremis de
un ángel, no obstante, no habría sido la sangre del muchacho sino la de un
cordero la que se habría derramado sobre la roca. A partir de éste cuento, el
sacrificio de un cordero macho, sin defecto se volvió un elemento central de
los rituales expiatorios de los israelitas. En Egipto, la ofrenda del animal y
la marcación con su sangre de sus puertas les libró del tenebroso asesino de
primogénitos; en su periplo a través del desierto del Sinaí, la ofrenda anual
de estos animales adquirió un sentido de agradecimiento por su liberación del
yugo egipcio y de suplica porque no se repitiera la experiencia.
Algunos siglos y peores calamidades después, el
profeta Isaías relacionaría el sacrificio del cordero con el del gran rey del linaje de David, el
mesías o el cristo, que, esperaban los judíos, restauraría el Reino de Israel,
ejecutando la voluntad de Dios en la Tierra; que les liberaría, los absolvería
de sus pecados y los reuniría en una misma nación. Según Isaías, éste
“debería tomar los pecados y cargar con las penalidades [de la nación judía], y
ofrecerse en sacrificio por su propia voluntad, como el cordero delante del que
lo esquila”. Posiblemente, el autor se refiriera a Ciro, a quien los judíos
tenían altísima estima y quien en ese tiempo había sido asesinado de forma
horrible por los masagetas, una tribu escita cuya historia conocemos gracias a
Herodoto. En cualquier caso, se instaló en el imaginario popular la idea de que
el salvador debería si no entregar su vida, sí, al menos, estar dispuesto a
entregarla por la causa judía. ¡Nadie dijo que reconstruir un país sería
seguro!
En cierto sentido, Andrés Manuel López Obrador ya ha
entregado su vida por la causa mexicana. No literalmente, por fortuna. Colgado
con alfileres, el país no resistiría el impacto de una muerte que, en un clima
de tanta desconfianza, no podría estar exenta de sospechas. Propios y extraños
reconocen en López Obrador su dedicación a México, ya sea por un deseo genuino
de servir a los suyos o por una obsesión sisífica por el poder. El tabasqueño
ha pasado una década larga haciendo campaña por todos los municipios del país,
lo cual se antoja más difícil y no menos arriesgado que hacer ministerio en la
ribera del Tiberiades en los tiempos de los romanos; ha sometido su cuerpo a
jornadas laborales intensas y a un estrés constante que ya le ha provocado dos
infartos, y todo esto arriesgando el pellejo en cada viaje. Hace unas semanas, Reforma compartió un vídeo en el que
supuestamente la aeronave que le trasladaba alertaba sobre un inminente
desplome. ¡Ay, el recuerdo de Carlos Madrazo! Tabasco,
¿hacedor de mártires?
El mayor sacrificio de López Obrador será el moral. El
tabasqueño ha aprendido de sus fracasos y a la tercera se muestra pragmático,
propone pactos con la mafia del poder; ha comprendido que no podría alcanzar la
presidencia desde una posición de confrontación sino desde una de conciliación,
ha aceptado cambiar la pureza política de su movimiento por las
estructuras necesarias para construir una candidatura ganadora. Esto se
materializa en un gabinete amplio en el que destacan personajes ligados a
apellidos de abolengo y en alianzas electorales con tránsfugas de todos los
colores. Ésta estrategia le limitaría en el ejercicio de poder pero pa’como
están las cosas, es preferible ser un oficialismo acotado que una oposición
desde La Chingada…
Andrés Manuel López Obrador está dispuesto, pues, a
admitir algunos fallos en lo moral para hacer posible la refundación de México. La
fin justifie les moyens!
Hace siglos, por cierto, hubo una alianza entre los
nacionalistas zelotes que llevaban décadas luchando por la independencia de su
país y a la aristocracia sacerdotal colaboracionista que llevaba el mismo
tiempo defendiendo sus privilegios que no duró ni tres días.
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