miércoles, 6 de diciembre de 2017

La ruptura del consenso


El proceso electoral en curso ha dejado clarísimo que los partidos políticos siguen siendo la vía segura para acceder al poder a pesar de no ser una alternativa electoral convincente para una parte importante de los votantes y de abrirse, en consecuencia, una ventana de oportunidad a las candidaturas independientes. En pleno auge del independentismo partidista no ha faltado quien, en la pasión, ha creído que podríamos prescindir de los partidos políticos. La Historia desmiente tan temeraria afirmación. Ni siquiera las democracias sin partidos, como la mexicana cuando el gobierno liberal (1867-1876) o la ugandesa cuando el Movimiento de Resistencia Nacional (1986-2005), se han ordenado de acuerdo con los individualismos sino mediante una competencia faccionaria regulada que en esencia es lo mismo. C‘est la même merde!
Respecto a nuestros repentinos adalides de la democracia, al corte del 4 de diciembre, solo Jaime Rodríguez Calderón, El Bronco, parece con chances de éxito (599,962 firmas, ~22 mil diarias la última semana. Los envidiosos dirán que el dueño de la tesorería de Nuevo León las compró); Margarita Zavala (estigma) de Calderón sigue en su estela (301,947). Cada uno, dicho sea de paso, haciéndole de tonto útil al régimen: el neoleonés será indispensable para abrirle el paso al formidable José Antonio Meade haciéndole el trabajo sucio de golpetear a Andrés Manuel López Obrador a ver si despierta al violento y electoralmente espantoso pejelagarto que duerme en él, la ex primera dama ya hizo su parte ayudando a tronar a los azules para que el candidato del grupo fuera tricolor.
Al final del día, el establishment permitirá la participación de uno o hasta dos candidatos independientes, ¡o los que les convengan!, que se sumarían a los tres de las grandes coaliciones, la del PRI, la del PAN-PRD y la de MORENA-PT. La fragmentación del voto entre cuatro o hasta cinco opciones de probada talla nacional implicaría que el próximo presidente sería elegido con el 25-33% de los votos, lo que en números reales equivaldría a 13-17 millones de ciudadanos sobre un universo de 90 millones (14-19% de respaldo popular efectivo). Esto nos pondría en un escenario en el que se consumaría la ruptura del consenso, es decir, uno en el que la autoridad del nuevo presidente no sería reconocida por la mayoría de la sociedad y, peor, por la mayoría de la clase política. En números, ningún presidente habría tenido nunca tan pobre respaldo popular: en 2006, Felipe Calderón obtuvo 15 millones de votos sobre 72 millones de ciudadanos (21%); en 2012, Enrique Peña Nieto obtuvo 19 millones de votos sobre 80 millones de ciudadanos (24%).
Si el favorito López Obrador fuera elegido presidente, el escenario sería doblemente complicado. En su empecinamiento o necedad por alcanzar la presidencia, el tabasqueño parece propenso a ceder otros espacios, gubernaturas, presidencias municipales, senadurías, diputaciones. En MORENA, todos los proyectos personales están supeditados al proyecto presidencial y, por lo tanto, son negociables. Si el respaldo popular es mínimo y el Movimiento no acierta en generar una nueva clase política para acompañarle en el ejercicio del poder, sería un presidente tan débil como el rey de El Principito que ordenaba bostezos. Éste escenario también sería inédito: en 2006 y 2012, el PRI y el PAN sumaron mayoría absoluta en ambas cámaras garantizando, a jalones y tirones, la gobernabilidad del país. En éste sentido,la insinuación del tabasqueño de amnistiar a los líderes de los cárteles del narcotráfico —cosa que, por cierto, intentaron sin éxito Calderón y Peña Nieto— empataría con su necesidad de soportarse en los poderes fácticos del Estado si no pudiese en los formales. Históricamente, los presidentes mexicanos se han legitimado mediante purgas. Éste, al revés, querría legitimarse mediante reconciliaciones…
En la antigua Grecia la ruptura del consenso llevó siempre a la stásis, a la crisis, y ésta derivó, casi siempre, en violencia. A veces, el entuerto se resolvió mediante la guerra civil; a veces, mediante la tiranía.
Ante el escenario de un presidencialismo débil, cualquier alternativa, aunque ajustada, claro, a un espacio-tiempo en el que ni la guerra ni la tiranía pueden ser absolutas, es aceptable.

Francisco Baeza [@paco_baeza_]. 5 de diciembre de 2017.

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miércoles, 6 de diciembre de 2017

La ruptura del consenso


El proceso electoral en curso ha dejado clarísimo que los partidos políticos siguen siendo la vía segura para acceder al poder a pesar de no ser una alternativa electoral convincente para una parte importante de los votantes y de abrirse, en consecuencia, una ventana de oportunidad a las candidaturas independientes. En pleno auge del independentismo partidista no ha faltado quien, en la pasión, ha creído que podríamos prescindir de los partidos políticos. La Historia desmiente tan temeraria afirmación. Ni siquiera las democracias sin partidos, como la mexicana cuando el gobierno liberal (1867-1876) o la ugandesa cuando el Movimiento de Resistencia Nacional (1986-2005), se han ordenado de acuerdo con los individualismos sino mediante una competencia faccionaria regulada que en esencia es lo mismo. C‘est la même merde!
Respecto a nuestros repentinos adalides de la democracia, al corte del 4 de diciembre, solo Jaime Rodríguez Calderón, El Bronco, parece con chances de éxito (599,962 firmas, ~22 mil diarias la última semana. Los envidiosos dirán que el dueño de la tesorería de Nuevo León las compró); Margarita Zavala (estigma) de Calderón sigue en su estela (301,947). Cada uno, dicho sea de paso, haciéndole de tonto útil al régimen: el neoleonés será indispensable para abrirle el paso al formidable José Antonio Meade haciéndole el trabajo sucio de golpetear a Andrés Manuel López Obrador a ver si despierta al violento y electoralmente espantoso pejelagarto que duerme en él, la ex primera dama ya hizo su parte ayudando a tronar a los azules para que el candidato del grupo fuera tricolor.
Al final del día, el establishment permitirá la participación de uno o hasta dos candidatos independientes, ¡o los que les convengan!, que se sumarían a los tres de las grandes coaliciones, la del PRI, la del PAN-PRD y la de MORENA-PT. La fragmentación del voto entre cuatro o hasta cinco opciones de probada talla nacional implicaría que el próximo presidente sería elegido con el 25-33% de los votos, lo que en números reales equivaldría a 13-17 millones de ciudadanos sobre un universo de 90 millones (14-19% de respaldo popular efectivo). Esto nos pondría en un escenario en el que se consumaría la ruptura del consenso, es decir, uno en el que la autoridad del nuevo presidente no sería reconocida por la mayoría de la sociedad y, peor, por la mayoría de la clase política. En números, ningún presidente habría tenido nunca tan pobre respaldo popular: en 2006, Felipe Calderón obtuvo 15 millones de votos sobre 72 millones de ciudadanos (21%); en 2012, Enrique Peña Nieto obtuvo 19 millones de votos sobre 80 millones de ciudadanos (24%).
Si el favorito López Obrador fuera elegido presidente, el escenario sería doblemente complicado. En su empecinamiento o necedad por alcanzar la presidencia, el tabasqueño parece propenso a ceder otros espacios, gubernaturas, presidencias municipales, senadurías, diputaciones. En MORENA, todos los proyectos personales están supeditados al proyecto presidencial y, por lo tanto, son negociables. Si el respaldo popular es mínimo y el Movimiento no acierta en generar una nueva clase política para acompañarle en el ejercicio del poder, sería un presidente tan débil como el rey de El Principito que ordenaba bostezos. Éste escenario también sería inédito: en 2006 y 2012, el PRI y el PAN sumaron mayoría absoluta en ambas cámaras garantizando, a jalones y tirones, la gobernabilidad del país. En éste sentido,la insinuación del tabasqueño de amnistiar a los líderes de los cárteles del narcotráfico —cosa que, por cierto, intentaron sin éxito Calderón y Peña Nieto— empataría con su necesidad de soportarse en los poderes fácticos del Estado si no pudiese en los formales. Históricamente, los presidentes mexicanos se han legitimado mediante purgas. Éste, al revés, querría legitimarse mediante reconciliaciones…
En la antigua Grecia la ruptura del consenso llevó siempre a la stásis, a la crisis, y ésta derivó, casi siempre, en violencia. A veces, el entuerto se resolvió mediante la guerra civil; a veces, mediante la tiranía.
Ante el escenario de un presidencialismo débil, cualquier alternativa, aunque ajustada, claro, a un espacio-tiempo en el que ni la guerra ni la tiranía pueden ser absolutas, es aceptable.

Francisco Baeza [@paco_baeza_]. 5 de diciembre de 2017.

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