22 de noviembre de 2017.
México bárbaro fue el título de una
serie de artículos publicados por J. K. Turner en The American magazine,
en 1909. En ellos, Turner de cuenta de la situación social y política en el
México prerrevolucionario. El autor describe un país “de pobres, donde el
peonaje es común para las grandes masas y existe esclavitud efectiva para
cientos de miles de hombres” y “donde durante más de una generación no han
habido procesos electorales y los puestos políticos se venden a precio fijo”.
En el México de entonces coincidían los anhelos de una vida digna y de vida
política democrática. Todas las revoluciones han comenzado, siempre, cuando en
la mesa escasea el pan y en la calle ruge el enojo social.
El México bárbaro de entonces no es muy
diferente al México bronco de hoy. ¡La justicia social, promesa
(convenientemente) incumplida de la Revolución! En principio, no obstante, no
hay las condiciones para el surgimiento de un movimiento que busque de veras la
substitución del régimen. Cualquier Ayotzinapa o cualquier Nochixtlán podría
derivar en un Cananea o en un Río Blanco, pero el sostenimiento de la revuelta
y su transformación en revolución se frustrarían por el adormilamiento de la
sociedad y por la contaminación política de la protesta social y sobre todo,
porque en nuestra mesa hay pan. No es que la cosa vaya bien, es que los
programas sociales paternalistas engañan al hambre: según el último Informe de evaluación de la política de desarrollo
social de CONEVAL, en México operan más de 5 mil programas sociales de los cuales
dependen la mayoría de los 55 millones de mexicanos en situación de pobreza, 10
millones de ellos en situación de pobreza extrema. Según sus datos, estos
números no han variado en los últimos años. Esto significa que los programas no
son otra cosa sino instrumentos de control; están diseñados para administrar la
pobreza, no para combatirla.
El enojo social, por otro lado, nos
coloca en un escenario extraordinario. Por ahora, Andrés Manuel López Obrador
capitaliza, casi por inercia y casi en exclusiva, ese hartazgo. López Obrador
hace de válvula de escape conduciendo el hartazgo por la vía institucional. No
le interesa que sea de otro modo, pues no apuesta por la substitución del
régimen. El tabasqueño ha aprendido de sus errores: en 2006, jugó contra el sistema; en 2018, jugará con el sistema. De éste modo, él disfruta
de los privilegios mediáticos que le permite el INE, indispensables para
mantener una campaña permanente, y su partido aprovecha una fiscalización opaca
que permite que dinero, limpio o sucio, entre en sus arcas a raudales. El
lopezobradorismo se hincha de la debilidad de las instituciones y del rechazo
generalizado a los partidos políticos tradicionales y se aprovecha de los
límites naturales de la sociedad civil. En un régimen postrevolucionario que
priorizara el fortalecimiento de las instituciones y devolviera la confianza en
los partidos políticos y que fomentara la participación ciudadana, el fenómeno
AMLO sería imposible.
El 20 de noviembre, fecha simbólica del
calendario político mexicano, López Obrador presentó su Proyecto de Nación
2018-2024 en un Auditorio nacional entregado. El favorito de las encuestas ha
sabido convertir el enojo social en esperanza, genera altísimas expectativas de
triunfo y, sobre todo, altísimas expectativas de cambio. La realidad, no
obstante, desvanece la figura mesiánica que y nos devuelva la imagen de un
presidente limitado por los poderes formales y fácticos del Estado y
condicionado por ciertos acuerdos políticos. ¡Menuda decepción se llevarían
todos los que esperan ver expresidentes en la cárcel, reformas estructurales
derogadas, tropas en los cuarteles o heroicas defensas de los intereses
nacionales frente al vecino gringo! Como oposición, sin las responsabilidades de
ser gobierno, es muy fácil acompañar la protesta social. Como oficialismo la
protesta, inevitablemente, se vuelve en contra…
K. Turner predijo la Revolución
mexicana: —Los mexicanos de todas las clases sociales —escribió —coinciden en
que estallará la revolución; si no en tiempos de Díaz, después de Díaz.
¡Qué difícil —y que irresponsable— sería
predecir nuestro futuro! En 2018 y más allá, ningún escenario, por absurdo que
parezca, es desechable.
Francisco Baeza [@paco_baeza_].
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