lunes, 23 de octubre de 2017

Pobreza y desigualdad

Esta semana hemos tenido un día importante para que el mundo recuerde que la lucha por los derechos humanos básicos de todos los seres de este planeta aún no está concluida; para recordar que, a pesar de todos los avances tecnológicos y financieros que hemos logrado, estos no han sido suficientes para eliminar la pobreza. En el devenir de la historia del hombre el concepto ha evolucionado, y hoy se tiene una visión integral del problema, dejando de lado el ingreso como el único condicionante del mismo.
Según datos del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), a nivel mundial, más de 800 millones de personas aún viven con menos de 1,25 dólares al día y muchos carecen de acceso a alimentos, agua potable y saneamiento adecuados. Tal como lo mencionaba, la pobreza no es solo una cuestión económica, y por ese motivo debemos dejar de observarla exclusivamente como una falta de ingresos. Se trata de un fenómeno multidimensional que comprende, además, la falta de las capacidades básicas para vivir con dignidad; la pobreza es en sí misma un problema de derechos humanos urgente y es a la vez causa y consecuencia de violaciones de los derechos humanos, pues se caracteriza por vulneraciones múltiples e interconexas de los derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales, y las personas que viven en ella se ven expuestas regularmente a la denegación de su dignidad e igualdad.
Reducir la pobreza y erradicarla es, por tanto, una obligación de todas las sociedades. Y ha habido distintos esfuerzos teóricos para caracterizarla y atacarla a través de políticas públicas (algunos con mejores resultados que otros, pero hasta ahora no tenemos alguno que indique rumbo para su erradicación total).
En este sentido, debemos mencionar que, lejos de los condicionantes y motivos teóricos, debemos tener en cuenta que el sistema económico en el que nos desarrollamos prevé la necesidad de contar con una oferta permanente de mano de obra para equilibrar al sistema, así que incluso estructuralmente estamos, quizá, condicionados a tener ciertos niveles de pobreza.
Sea cual fuere la causa, hoy es necesario retomar la obligación social de erradicar la pobreza porque eso sí es algo que compete no solo a un gobierno, sino al esfuerzo conjunto de todo lo que compone a una sociedad, y aquí entra en juego un elemento que puede disminuirse para lograr mejores condiciones sociales para todos: la desigualdad.
Hoy la mayoría de las sociedades vive polarizada por la forma en que el ingreso se ha concentrado en solo algunos cuantos de sus integrantes, lo que ha generado que las inversiones que nutren una clase media se hayan minimizado con una consecuente alza del descontento social. El espacio donde se desarrollan las sociedades, la ciudad, ha sido el medio para asentar esta desigualdad, ya que ha dejado fuera del desarrollo a todos aquellos que no pueden comprar tierra segura y cercana a sus lugares de trabajo; la dispersión espacial es quizá la más grave de las desigualdades, ya que condiciona el acceso a todos los bienes primarios de los ciudadanos, así como al mercado laboral.
Desigualdad y pobreza no son un tema nuevo; sin embargo, la condicionante del espacio no ha sido tan explorada, ya que los enfoques se han dado hacia aumentar capacidades y abatir carencias de manera asistencialista para combatir la pobreza.
Por lo anterior, considero que hoy la sociedad está ante un reto primario a superar para su historia de desarrollo: erradicar la pobreza. Tenemos varias visiones que apoyan la manera de impactar positivamente el combate a este flagelo; sin embargo, hoy es necesario que otros dos elementos se conjuguen para avanzar en el reto: la organización social y la voluntad política plasmadas en el espacio donde se genera la sociedad, es decir, en la ciudad. Si logramos abatir la desigualdad espacial y regresamos a tener ciudades incluyentes y equitativas, creo que estaremos dando un paso muy importante para abatir la pobreza.

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lunes, 23 de octubre de 2017

Pobreza y desigualdad

Esta semana hemos tenido un día importante para que el mundo recuerde que la lucha por los derechos humanos básicos de todos los seres de este planeta aún no está concluida; para recordar que, a pesar de todos los avances tecnológicos y financieros que hemos logrado, estos no han sido suficientes para eliminar la pobreza. En el devenir de la historia del hombre el concepto ha evolucionado, y hoy se tiene una visión integral del problema, dejando de lado el ingreso como el único condicionante del mismo.
Según datos del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), a nivel mundial, más de 800 millones de personas aún viven con menos de 1,25 dólares al día y muchos carecen de acceso a alimentos, agua potable y saneamiento adecuados. Tal como lo mencionaba, la pobreza no es solo una cuestión económica, y por ese motivo debemos dejar de observarla exclusivamente como una falta de ingresos. Se trata de un fenómeno multidimensional que comprende, además, la falta de las capacidades básicas para vivir con dignidad; la pobreza es en sí misma un problema de derechos humanos urgente y es a la vez causa y consecuencia de violaciones de los derechos humanos, pues se caracteriza por vulneraciones múltiples e interconexas de los derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales, y las personas que viven en ella se ven expuestas regularmente a la denegación de su dignidad e igualdad.
Reducir la pobreza y erradicarla es, por tanto, una obligación de todas las sociedades. Y ha habido distintos esfuerzos teóricos para caracterizarla y atacarla a través de políticas públicas (algunos con mejores resultados que otros, pero hasta ahora no tenemos alguno que indique rumbo para su erradicación total).
En este sentido, debemos mencionar que, lejos de los condicionantes y motivos teóricos, debemos tener en cuenta que el sistema económico en el que nos desarrollamos prevé la necesidad de contar con una oferta permanente de mano de obra para equilibrar al sistema, así que incluso estructuralmente estamos, quizá, condicionados a tener ciertos niveles de pobreza.
Sea cual fuere la causa, hoy es necesario retomar la obligación social de erradicar la pobreza porque eso sí es algo que compete no solo a un gobierno, sino al esfuerzo conjunto de todo lo que compone a una sociedad, y aquí entra en juego un elemento que puede disminuirse para lograr mejores condiciones sociales para todos: la desigualdad.
Hoy la mayoría de las sociedades vive polarizada por la forma en que el ingreso se ha concentrado en solo algunos cuantos de sus integrantes, lo que ha generado que las inversiones que nutren una clase media se hayan minimizado con una consecuente alza del descontento social. El espacio donde se desarrollan las sociedades, la ciudad, ha sido el medio para asentar esta desigualdad, ya que ha dejado fuera del desarrollo a todos aquellos que no pueden comprar tierra segura y cercana a sus lugares de trabajo; la dispersión espacial es quizá la más grave de las desigualdades, ya que condiciona el acceso a todos los bienes primarios de los ciudadanos, así como al mercado laboral.
Desigualdad y pobreza no son un tema nuevo; sin embargo, la condicionante del espacio no ha sido tan explorada, ya que los enfoques se han dado hacia aumentar capacidades y abatir carencias de manera asistencialista para combatir la pobreza.
Por lo anterior, considero que hoy la sociedad está ante un reto primario a superar para su historia de desarrollo: erradicar la pobreza. Tenemos varias visiones que apoyan la manera de impactar positivamente el combate a este flagelo; sin embargo, hoy es necesario que otros dos elementos se conjuguen para avanzar en el reto: la organización social y la voluntad política plasmadas en el espacio donde se genera la sociedad, es decir, en la ciudad. Si logramos abatir la desigualdad espacial y regresamos a tener ciudades incluyentes y equitativas, creo que estaremos dando un paso muy importante para abatir la pobreza.

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