viernes, 13 de octubre de 2017

Efebo (Dave Malto)


–Ay flaco ¿por qué te quiero tanto?– lo dice como para sí mismo, acostado al lado de Damián, mientras el chico encogiéndose de hombros le muestra con la expresión una duda ante la pregunta.
–Ay flaco... – repite Benjamín abrazando a Damián, apretándolo contra sí, queriendo hacerse uno con él.
–¿Y tú, me quieres?– Benjamín sigue cuestionando como si no se sintiera querido, una pregunta de inseguridad y del anhelo por asegurar un cariño que parece no existir, el mismo afán que le ofrece al joven y que lo lleva a suspirar. Damián por su parte es frío y a veces indiferente, algunas ocasiones se siente comprometido y otras obligado, eso si, nunca experimenta ningún tipo de desprecio por Benjamín, lo quiere y siempre que está lejos lo extraña, sin embargo, a su lado parece no importarle o incluso incomodarle; la realidad es que Damián siempre ha sido así para esas cosas de demostrar cariño.
De niño fue un chico consentido, nunca sintió la necesidad de querer sino siempre de recibir afecto, esa quizás era la principal razón por la que no era precisamente amoroso.
–Ay flaco, estamos locos – volvió a decir Benjamín mientras Damián dándose vuelta sobre la cama, ofreciendo y arrimando la espalda contra el cuerpo de Benjamín, le responde –Durmamos un rato.
–Ay flaco ¿por qué te quiero tanto?– esa insistente pregunta que siempre repite en voz alta, haciendo que Damián lo escuche en un intento de demostrar su incondicionalidad, sobre todo, para ser correspondido, o por lo menos para creer que lo es, esa frase que en realidad Damián disfruta porque incrementa su soberbia, es un respiro de autoestima y seguridad, es un halo de felicidad que llega por lo oídos y que se aloja en su mente y en su corazón.
–Ay flaco ¿por qué te quiero tanto?– dice una y otra vez sin cansancio, no encontrando justificación lógica a su pregunta, como quien trata de entender la misma para descifrar un enigma, y de repente, entre tantas repeticiones, en alguna ocasión, Damián voltea para de frente responderle
–No lo sé, si no lo sabes tú, ¿qué te hace pensar que yo lo sé?
Mirándolo, Benjamín vuelve a preguntar –¿pero, tú me quieres verdad, aunque sea poquito?– y Damián soltando una amplia sonrisa y retorciéndose entre las sábanas para darle de nuevo la espalda, responde –Claro que te quiero.
Esa respuesta parece satisfacer a Benjamín y ante ella lo abraza con fuerza, con ansia, con ánimo de fundirlo contra su cuerpo, con ganas de retenerlo así por una eternidad.

Benjamín es un hombre maduro de cincuenta y dos años que gusta de muchos placeres; un hombre de mundo que puede darse gustos, es refinado y de buena familia, tiene unos admirables ojos azules y un carácter noble; generalmente los placeres sexuales no le representan un problema y si quiere un amante para una noche, lo consigue y hasta paga por él sin ningún remordimiento ni prejuicio, tiene la vida y hasta la muerte resueltas, sabe que está pronto a la tercera edad y que seguramente le quedan pocos años de vida, por eso mismo, no se limita con los disfrutes, hace todo lo necesario para satisfacerse y quizá Damián es también uno de esos lujos que quiere darse.
Damián en cambio es de otro mundo, uno de dificultades, limitaciones y frustraciones económicas, a sus diecinueve años anhela estudiar en la universidad y mejorar su situación, pero siente que nunca saldrá de su pobreza económica ni de su precaria vida y tal vez Benjamin le representa acariciar lo que tanto quiere poseer, una vida de lujos y ese bienestar que da el dinero.
Benjamín lo lleva a sus diversiones, a museos, le enseña de arte, de mundo, le da acceso a restaurantes imposibles para el joven, lo invita a reuniones con sus amistades, le muestra fotografías de sus viajes, de la playa que Damián no conoce, de los monumentos y las plazas que el chico sueña con caminar; pretende conocerlos, hacer Check-in y tomarse una selfie; desea tener su propia computadora y su Iphone, anhela un Ipad, un reloj, una cartera, ropa, accesorios... quiere con ansias recorrer el mundo y devorarlo, sentir el placer de viajar, de conocer; busca la manera de salir de su realidad y a menudo la única forma es leyendo o soñando.
Aunque Benjamín tiene la posibilidad y la intención de ayudarlo económicamente, Damián es también orgulloso y no le permite mucho más allá de lo estrictamente necesario, eso lo hace encariñarse más con su doncel y aunque éste a veces quiere tomarle la palabra y dejarse mantener, olvidarse de los días de no comer o de mal vestir, se siente con la obligación y necesidad de salir adelante por sí mismo, de no deberle nada a nadie, aunque sabe que ya le debe muchísimo a Benjamín.
–Ay, flaco ¿por qué te quiero tanto?
–Porque estás loco – responde el chico con osadía. –Estamos locos... ¿qué rico, no?
–Sí...
Damián no es precisamente lo que se conoce como un chichifo, es decir, una especie de prostituto que a cambio de sexo es mantenido por su benefactor, más bien es el efebo que Benjamín quiere adiestrar, con quien desea compartir todas las oportunidades que pueda y al que adora, un muchacho de esbelta figura que parece más un David hecho a mano por un diestro escultor o un San Sebastián pintado por el más excelso artista, un hermoso chico en el que fulguran la juventud y la belleza, de ojos marrones brillantes, labios carnosos aunque no muy gruesos, bien definidos, rasgos mestizos y simetría casi perfecta, un rostro italiano en una piel morena y

mate, sonrisa amplia, coqueta, dentadura perfecta, barbilla varonil y cuello largo, de espaldas anchas y cintura apretada, con un abdomen bien definido, las nalgas perfectamente redondeadas, aunque pequeñas, firmes, piernas largas, ligera pero suficientemente velludas, impecables y sólidas, los pies como los de una escultura de algún dios griego, brazos aunque delgados, vigorosos, y con manos grandes, fuertes; un imperioso latino de cuerpo alto y bien torneado, digno de apreciar, de acariciar, de poseer.


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viernes, 13 de octubre de 2017

Efebo (Dave Malto)


–Ay flaco ¿por qué te quiero tanto?– lo dice como para sí mismo, acostado al lado de Damián, mientras el chico encogiéndose de hombros le muestra con la expresión una duda ante la pregunta.
–Ay flaco... – repite Benjamín abrazando a Damián, apretándolo contra sí, queriendo hacerse uno con él.
–¿Y tú, me quieres?– Benjamín sigue cuestionando como si no se sintiera querido, una pregunta de inseguridad y del anhelo por asegurar un cariño que parece no existir, el mismo afán que le ofrece al joven y que lo lleva a suspirar. Damián por su parte es frío y a veces indiferente, algunas ocasiones se siente comprometido y otras obligado, eso si, nunca experimenta ningún tipo de desprecio por Benjamín, lo quiere y siempre que está lejos lo extraña, sin embargo, a su lado parece no importarle o incluso incomodarle; la realidad es que Damián siempre ha sido así para esas cosas de demostrar cariño.
De niño fue un chico consentido, nunca sintió la necesidad de querer sino siempre de recibir afecto, esa quizás era la principal razón por la que no era precisamente amoroso.
–Ay flaco, estamos locos – volvió a decir Benjamín mientras Damián dándose vuelta sobre la cama, ofreciendo y arrimando la espalda contra el cuerpo de Benjamín, le responde –Durmamos un rato.
–Ay flaco ¿por qué te quiero tanto?– esa insistente pregunta que siempre repite en voz alta, haciendo que Damián lo escuche en un intento de demostrar su incondicionalidad, sobre todo, para ser correspondido, o por lo menos para creer que lo es, esa frase que en realidad Damián disfruta porque incrementa su soberbia, es un respiro de autoestima y seguridad, es un halo de felicidad que llega por lo oídos y que se aloja en su mente y en su corazón.
–Ay flaco ¿por qué te quiero tanto?– dice una y otra vez sin cansancio, no encontrando justificación lógica a su pregunta, como quien trata de entender la misma para descifrar un enigma, y de repente, entre tantas repeticiones, en alguna ocasión, Damián voltea para de frente responderle
–No lo sé, si no lo sabes tú, ¿qué te hace pensar que yo lo sé?
Mirándolo, Benjamín vuelve a preguntar –¿pero, tú me quieres verdad, aunque sea poquito?– y Damián soltando una amplia sonrisa y retorciéndose entre las sábanas para darle de nuevo la espalda, responde –Claro que te quiero.
Esa respuesta parece satisfacer a Benjamín y ante ella lo abraza con fuerza, con ansia, con ánimo de fundirlo contra su cuerpo, con ganas de retenerlo así por una eternidad.

Benjamín es un hombre maduro de cincuenta y dos años que gusta de muchos placeres; un hombre de mundo que puede darse gustos, es refinado y de buena familia, tiene unos admirables ojos azules y un carácter noble; generalmente los placeres sexuales no le representan un problema y si quiere un amante para una noche, lo consigue y hasta paga por él sin ningún remordimiento ni prejuicio, tiene la vida y hasta la muerte resueltas, sabe que está pronto a la tercera edad y que seguramente le quedan pocos años de vida, por eso mismo, no se limita con los disfrutes, hace todo lo necesario para satisfacerse y quizá Damián es también uno de esos lujos que quiere darse.
Damián en cambio es de otro mundo, uno de dificultades, limitaciones y frustraciones económicas, a sus diecinueve años anhela estudiar en la universidad y mejorar su situación, pero siente que nunca saldrá de su pobreza económica ni de su precaria vida y tal vez Benjamin le representa acariciar lo que tanto quiere poseer, una vida de lujos y ese bienestar que da el dinero.
Benjamín lo lleva a sus diversiones, a museos, le enseña de arte, de mundo, le da acceso a restaurantes imposibles para el joven, lo invita a reuniones con sus amistades, le muestra fotografías de sus viajes, de la playa que Damián no conoce, de los monumentos y las plazas que el chico sueña con caminar; pretende conocerlos, hacer Check-in y tomarse una selfie; desea tener su propia computadora y su Iphone, anhela un Ipad, un reloj, una cartera, ropa, accesorios... quiere con ansias recorrer el mundo y devorarlo, sentir el placer de viajar, de conocer; busca la manera de salir de su realidad y a menudo la única forma es leyendo o soñando.
Aunque Benjamín tiene la posibilidad y la intención de ayudarlo económicamente, Damián es también orgulloso y no le permite mucho más allá de lo estrictamente necesario, eso lo hace encariñarse más con su doncel y aunque éste a veces quiere tomarle la palabra y dejarse mantener, olvidarse de los días de no comer o de mal vestir, se siente con la obligación y necesidad de salir adelante por sí mismo, de no deberle nada a nadie, aunque sabe que ya le debe muchísimo a Benjamín.
–Ay, flaco ¿por qué te quiero tanto?
–Porque estás loco – responde el chico con osadía. –Estamos locos... ¿qué rico, no?
–Sí...
Damián no es precisamente lo que se conoce como un chichifo, es decir, una especie de prostituto que a cambio de sexo es mantenido por su benefactor, más bien es el efebo que Benjamín quiere adiestrar, con quien desea compartir todas las oportunidades que pueda y al que adora, un muchacho de esbelta figura que parece más un David hecho a mano por un diestro escultor o un San Sebastián pintado por el más excelso artista, un hermoso chico en el que fulguran la juventud y la belleza, de ojos marrones brillantes, labios carnosos aunque no muy gruesos, bien definidos, rasgos mestizos y simetría casi perfecta, un rostro italiano en una piel morena y

mate, sonrisa amplia, coqueta, dentadura perfecta, barbilla varonil y cuello largo, de espaldas anchas y cintura apretada, con un abdomen bien definido, las nalgas perfectamente redondeadas, aunque pequeñas, firmes, piernas largas, ligera pero suficientemente velludas, impecables y sólidas, los pies como los de una escultura de algún dios griego, brazos aunque delgados, vigorosos, y con manos grandes, fuertes; un imperioso latino de cuerpo alto y bien torneado, digno de apreciar, de acariciar, de poseer.


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