jueves, 17 de agosto de 2017

La XXII Asamblea del PRI: El debate suspendido. XXII, no XXIII. por Francisco Baeza


Francisco Baeza [@paco_baeza_]. 15 de agosto de 2017.

El 4 de marzo de 1987, aniversario del PNR, el PRI realizó su XIII Asamblea. En su discurso de clausura, Jorge de la Vega lanzó un dardo a la Corriente Democrática, “los caballos de Troya” que exigían la democratización del proceso de selección del candidato presidencial: —Quienes creen que la democracia exige restar facultades al presidente —dijo, serio —ignoran que él es el instrumento de nuestra voluntad colectiva. Y no se dijo más…
Decía Alejandro Rossi que la política mexicana es “el teatro más rápido del mundo”. La sugerencia del cofundador de Vuelta no aplica para el PRI. En los pasillos de Insurgentes norte el tiempo se ha ralentizado. Han pasado 30 años y una decena de asambleas desde aquella de la bronca y el debate sigue siendo el mismo, la definición de los límites de la autoridad del presidente sobre las cosas del partido. Un ruido que Enrique Peña Nieto no escucha. El presidente, autoproclamado “instrumento de la voluntad colectiva del partido”, designará al candidato a sucederle en 2018. La fiesta del peñismo, empero, será breve —brevísima, gracias a Emilio Lozoya—: el primer príísta del país podrá imponer su presidencial falange, pero el débil tlatoani, sin mucho pan y sin mucho palo para repartir, no podrá imponer su disciplina a unas bases que se mueven hacia lo carmín.

En la desesperación por asegurar la supervivencia de su grupo político, el PRI de Peña Nieto ha dejado pasar la oportunidad de cambiar de veras, de evolucionar a su cuarta edad. Los tomadores de decisiones del tricolor, cortoplacistas, electoreros, miran el dedo de su gran elector y no la Luna que señalaron sus grandes estrategas. Ignoran a Manuel Camacho Solís, quien visionó un partido moderno, adaptado a la competencia y a la normativa democrática; uno que pudiera ser hegemónico incluso compitiendo en igualdad de condiciones con las otras fuerzas y en el marco de elecciones limpias y apegadas a derecho. Ignoran a Jesús Reyes Heroles, quien patentó el axioma “Cambiar (el partido) para conservar (el poder)”.

De la última reunión del priísmo surgió una reforma estatutaria que aunque democrática en sí, obedece a propósitos demagógicos. La modificación del Artículo 181 de los estatutos del PRI no busca rejuvenecer al partido —¡ay, el nuevo PRI peñista en el que Lozoya brillaba en primera fila! —ni hacerlo más incluyente abriéndose a “candidatos simpatizantes externos” sino ampliar la cobertura del dedazo más allá de los límites de la membrecía. La idea fue introducida por José Ramón Martel, quien fuera coordinador de asesores de José Antonio Meade durante su etapa en SEDESOL.
La reforma estatutaria, en efecto, despeja el camino para la postulación de Meade, el más panista de los priístas o el más priísta de los panistas, según en qué administración se le mire. El “simpatizante externo” Meade sería el candidato consensuado entre PRI y PAN. Dicen sus admiradores que el (casi) destapado es el facsímil mexicano de Emmanuel Macron, lo cual no necesariamente sería un cumplido. El presidente francés llegó al Elíseo arrastrando las quitas de un abstencionismo (25%) y una votación nula (11%) de récord y defendiendo una reforma laboral más dura que la de su antecesor y un programa económico neoliberal basado en los recortes presupuestales. O sea, más de lo mismo…

El propósito del PNR era el de hacer de parlamento en el que se reglamentara el acceso y el reparto del poder entre las fuerzas populares triunfadoras de la guerra civil. En 1987 se suspendió el debate y aquello rompió bruscamente.

Al suspender nuevamente el debate sobre su democratización, el PRI de Enrique Peña Nieto ignora su propia historia.

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jueves, 17 de agosto de 2017

La XXII Asamblea del PRI: El debate suspendido. XXII, no XXIII. por Francisco Baeza


Francisco Baeza [@paco_baeza_]. 15 de agosto de 2017.

El 4 de marzo de 1987, aniversario del PNR, el PRI realizó su XIII Asamblea. En su discurso de clausura, Jorge de la Vega lanzó un dardo a la Corriente Democrática, “los caballos de Troya” que exigían la democratización del proceso de selección del candidato presidencial: —Quienes creen que la democracia exige restar facultades al presidente —dijo, serio —ignoran que él es el instrumento de nuestra voluntad colectiva. Y no se dijo más…
Decía Alejandro Rossi que la política mexicana es “el teatro más rápido del mundo”. La sugerencia del cofundador de Vuelta no aplica para el PRI. En los pasillos de Insurgentes norte el tiempo se ha ralentizado. Han pasado 30 años y una decena de asambleas desde aquella de la bronca y el debate sigue siendo el mismo, la definición de los límites de la autoridad del presidente sobre las cosas del partido. Un ruido que Enrique Peña Nieto no escucha. El presidente, autoproclamado “instrumento de la voluntad colectiva del partido”, designará al candidato a sucederle en 2018. La fiesta del peñismo, empero, será breve —brevísima, gracias a Emilio Lozoya—: el primer príísta del país podrá imponer su presidencial falange, pero el débil tlatoani, sin mucho pan y sin mucho palo para repartir, no podrá imponer su disciplina a unas bases que se mueven hacia lo carmín.

En la desesperación por asegurar la supervivencia de su grupo político, el PRI de Peña Nieto ha dejado pasar la oportunidad de cambiar de veras, de evolucionar a su cuarta edad. Los tomadores de decisiones del tricolor, cortoplacistas, electoreros, miran el dedo de su gran elector y no la Luna que señalaron sus grandes estrategas. Ignoran a Manuel Camacho Solís, quien visionó un partido moderno, adaptado a la competencia y a la normativa democrática; uno que pudiera ser hegemónico incluso compitiendo en igualdad de condiciones con las otras fuerzas y en el marco de elecciones limpias y apegadas a derecho. Ignoran a Jesús Reyes Heroles, quien patentó el axioma “Cambiar (el partido) para conservar (el poder)”.

De la última reunión del priísmo surgió una reforma estatutaria que aunque democrática en sí, obedece a propósitos demagógicos. La modificación del Artículo 181 de los estatutos del PRI no busca rejuvenecer al partido —¡ay, el nuevo PRI peñista en el que Lozoya brillaba en primera fila! —ni hacerlo más incluyente abriéndose a “candidatos simpatizantes externos” sino ampliar la cobertura del dedazo más allá de los límites de la membrecía. La idea fue introducida por José Ramón Martel, quien fuera coordinador de asesores de José Antonio Meade durante su etapa en SEDESOL.
La reforma estatutaria, en efecto, despeja el camino para la postulación de Meade, el más panista de los priístas o el más priísta de los panistas, según en qué administración se le mire. El “simpatizante externo” Meade sería el candidato consensuado entre PRI y PAN. Dicen sus admiradores que el (casi) destapado es el facsímil mexicano de Emmanuel Macron, lo cual no necesariamente sería un cumplido. El presidente francés llegó al Elíseo arrastrando las quitas de un abstencionismo (25%) y una votación nula (11%) de récord y defendiendo una reforma laboral más dura que la de su antecesor y un programa económico neoliberal basado en los recortes presupuestales. O sea, más de lo mismo…

El propósito del PNR era el de hacer de parlamento en el que se reglamentara el acceso y el reparto del poder entre las fuerzas populares triunfadoras de la guerra civil. En 1987 se suspendió el debate y aquello rompió bruscamente.

Al suspender nuevamente el debate sobre su democratización, el PRI de Enrique Peña Nieto ignora su propia historia.

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