jueves, 10 de agosto de 2017

La violencia como hecho social por Francisco Baeza










Francisco Baeza [@paco_baeza_]. 8 de agosto de 2017.

Émile Durkheim, en su Lés regles de la Méthode Sociologique, Las reglas del método sociológico (1895), teorizaba sobre el hecho social o los modos de actuar, de sentir y de pensar externos al individuo que ejercen un poder coercitivo sobre su conducta. De acuerdo con Durkheim, consciente o inconscientemente, el individuo adopta los valores, la moral de la sociedad en la que vive…

Lo anterior viene a colación por el comentario de Alberto Peralta a propósito del asesinato de Roberto Corvera, rector de la Universidad Angelópolis, el 4 de agosto. El caso individual, el crimen motivado por viejísimas rencillas laborales no puede substraerse del fenómeno colectivo, la violencia como hecho social. Una violencia, dicho sea de paso, de la que Puebla, otrora oasis en mitad de un desierto bermellón, no está exenta.
La violencia mexicana tiene sus raíces más profundas en el hambre; se incuba entre la pobreza, la marginación, la falta de oportunidades. En los arrabales del país es frecuente que el Hombre regrese a su estado salvaje. Ahí impera la ley del más fuerte. A golpe de repetición, la violencia se ha vuelto hecho social, se ha normalizado. No ayuda a sosegarla la apología que hacen de ella los medios de comunicación, en cuyos canales se ensalza al crimen y a los criminales. Menos ayudan los estúpidos que la justifican y la validan. El fin de semana pasado murió Marcelino Perelló en cuyo epitafio se lee esa terrible apología suya al crimen contra la mujer: —Sin verga —dijo el finísimo sujeto, desde su tribuna en Radio UNAM —no hay violación.

Dice Mike Vigil, exdirector de la DEA, que la violencia mexicana “ha adquirido las proporciones de un círculo del infierno de Dante”. Y sí: los números son comparables con los de Siria o Iraq. En lo que va de la administración peñista se han registrado cerca de 100,000 homicidios dolosos. Rompiendo récords, pasamos de 2,186 en mayo a 2,234 en junio, la cifra más alta en 20 años. ¡Y éramos muchos y parió la abuela! La implementación del nuevo sistema de Justicia Penal ha devuelto a la calle a decenas de miles de alumnos graduados de esas universidades del crimen que son nuestras prisiones. 10 mil de ellos, solo en la Ciudad de México, el centro neurálgico del país.

El infierno de Dante, empero, se quedaría corto frente al infierno nuestro. El infierno dantesco experimentaría una violencia extrema pero, el menos, sería una ordenada cuyo propósito sería imponer la voluntad de Dios sobre los pecadores. Luego, el contradictorio Dios que permitiría la violencia podría, si quisiera, aplacarla o anularla. No ocurre lo mismo con la violencia nuestra, que es igualmente extrema, pero descontrolada. El Estado, “con sus instituciones débiles, con su Estado de Derecho débil, con su justicia débil y con su corrupción enorme, especialmente en las fuerzas de seguridad estatales y municipales”, es incapaz de imponerse. ¡Ay, la anarquía!…
Siempre de acuerdo con Émile Durkheim, igual que el acto individual no puede sustraerse del fenómeno colectivo, la violencia como hecho social, no puede exentarse al Estado de su responsabilidad en la descomposición social.

El primer compromiso del Estado es garantizar la seguridad de sus ciudadanos. Si no lo cumple, ¡decláresele fallido!

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jueves, 10 de agosto de 2017

La violencia como hecho social por Francisco Baeza










Francisco Baeza [@paco_baeza_]. 8 de agosto de 2017.

Émile Durkheim, en su Lés regles de la Méthode Sociologique, Las reglas del método sociológico (1895), teorizaba sobre el hecho social o los modos de actuar, de sentir y de pensar externos al individuo que ejercen un poder coercitivo sobre su conducta. De acuerdo con Durkheim, consciente o inconscientemente, el individuo adopta los valores, la moral de la sociedad en la que vive…

Lo anterior viene a colación por el comentario de Alberto Peralta a propósito del asesinato de Roberto Corvera, rector de la Universidad Angelópolis, el 4 de agosto. El caso individual, el crimen motivado por viejísimas rencillas laborales no puede substraerse del fenómeno colectivo, la violencia como hecho social. Una violencia, dicho sea de paso, de la que Puebla, otrora oasis en mitad de un desierto bermellón, no está exenta.
La violencia mexicana tiene sus raíces más profundas en el hambre; se incuba entre la pobreza, la marginación, la falta de oportunidades. En los arrabales del país es frecuente que el Hombre regrese a su estado salvaje. Ahí impera la ley del más fuerte. A golpe de repetición, la violencia se ha vuelto hecho social, se ha normalizado. No ayuda a sosegarla la apología que hacen de ella los medios de comunicación, en cuyos canales se ensalza al crimen y a los criminales. Menos ayudan los estúpidos que la justifican y la validan. El fin de semana pasado murió Marcelino Perelló en cuyo epitafio se lee esa terrible apología suya al crimen contra la mujer: —Sin verga —dijo el finísimo sujeto, desde su tribuna en Radio UNAM —no hay violación.

Dice Mike Vigil, exdirector de la DEA, que la violencia mexicana “ha adquirido las proporciones de un círculo del infierno de Dante”. Y sí: los números son comparables con los de Siria o Iraq. En lo que va de la administración peñista se han registrado cerca de 100,000 homicidios dolosos. Rompiendo récords, pasamos de 2,186 en mayo a 2,234 en junio, la cifra más alta en 20 años. ¡Y éramos muchos y parió la abuela! La implementación del nuevo sistema de Justicia Penal ha devuelto a la calle a decenas de miles de alumnos graduados de esas universidades del crimen que son nuestras prisiones. 10 mil de ellos, solo en la Ciudad de México, el centro neurálgico del país.

El infierno de Dante, empero, se quedaría corto frente al infierno nuestro. El infierno dantesco experimentaría una violencia extrema pero, el menos, sería una ordenada cuyo propósito sería imponer la voluntad de Dios sobre los pecadores. Luego, el contradictorio Dios que permitiría la violencia podría, si quisiera, aplacarla o anularla. No ocurre lo mismo con la violencia nuestra, que es igualmente extrema, pero descontrolada. El Estado, “con sus instituciones débiles, con su Estado de Derecho débil, con su justicia débil y con su corrupción enorme, especialmente en las fuerzas de seguridad estatales y municipales”, es incapaz de imponerse. ¡Ay, la anarquía!…
Siempre de acuerdo con Émile Durkheim, igual que el acto individual no puede sustraerse del fenómeno colectivo, la violencia como hecho social, no puede exentarse al Estado de su responsabilidad en la descomposición social.

El primer compromiso del Estado es garantizar la seguridad de sus ciudadanos. Si no lo cumple, ¡decláresele fallido!

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