jueves, 22 de junio de 2017

¿Quién controla Pegasus? por Francisco Baeza


Francisco Baeza Vega [@paco_baeza_]. 20 de junio de 2017.

La antigua Dirección Federal de Seguridad (DFS), antecesora del moderno Centro de Investigación y Seguridad Nacional (CISEN) nació entre 1946 y 1947. En sus cuatro décadas de vida, sus espías nunca tuvieron muy claro qué era aquello de seguridad nacional. Fernando Gutiérrez Barrios, el más afamado de ellos, igual interrogaba a un grupo de exiliados cubanos que pinchaba los teléfonos de la oposición. Cierta vez, recuerda Sergio Aguayo en La charola (Grijalbo, 2001), mandó investigar “la veracidad de una noticia de El Universal que alardeaba de presentar ‘la primera fotografía clara de un platillo volador’”. No era tal…

Los espías siguen sin tener claro qué es seguridad nacional. En la lógica cortoplacista de la actual administración, la misión del CISEN se ha corrompido groseramente. El Centro espía a periodistas, abogados, activistas, secretarios de Estado. Con información de The Citizen Lab, The New York Times ha destapado la punta del iceberg: “Usado mensajes de texto como señuelo, el gobierno mexicano espía a periodistas y a sus familias”. Al instalarse en el teléfono de su víctima, Pegasus, el software utilizado para tal propósito, accede a todos los archivos y se hace del control del micrófono y la cámara del aparato. Su fabricante, la israelí NSO Group Technologies, propiedad de la estadounidense Francisco Partners —la misma que pagaba una plata por el asesoramiento del controvertido Michael Flynn—, advierte que su venta está restringida a gobiernos y que estos solo pueden utilizarla “para combatir el terrorismo y el crimen organizado”. Su uso indiscriminado haría de los mexicanos repudiables en la comunidad de inteligencia. O no: el primer ataque conocido con éste bicho ocurrió el año pasado contra un grupo de activistas emiratíes perseguidos por protestar contra su gobierno.

Según la nota de The New York Times, los ciberataques habrían sido ordenados “por el gobierno mexicano o por elementos corruptos dentro de él”. La responsabilidad política recae en Miguel Ángel Osorio Chong y en Eugenio Imaz, pero es imposible saber quién exactamente dio la orden de, por ejemplo, dirigirlos contra el hijo menor de edad de Carmen Aristegui. Entonces, ¿quién controla Pegasus? El caos que impera en el aparato de seguridad del Estado hace imposible saberlo con certeza. En primer lugar, porque el principal servicio de inteligencia civil es acéfalo. Imaz, un incondicional de Osorio Chong, lucha, a la vez, contra un cáncer que lo ha tenido muy fuera de circulación y contra su propia incompetencia, atribuible a su inexperiencia en estos menesteres. En segundo lugar, porque la inteligencia está fragmentada. La fractura viene de lejos, del tiempo en el que el CISEN se abrió paso a costa de la DFS, arrojando a la mayoría de sus agentes a los brazos abiertos del crimen organizado. Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo consolidaron y profesionalizaron el Centro —a sus arquitectos, dicho sea de paso, les ubicamos más o menos involucrados en el gobierno de Puebla—. ¡Y luego llegó Vicente Fox y en un arranque de paranoia se cargó el esfuerzo de una década, la estructura del “espionaje priísta”! Desde entonces, a peor…

¡Ay, si don Fernando viviera! Fernando Gutiérrez Barrios se asquearía de la pachanga que han hecho en su oficina. Provoca escalofríos imaginar de qué hubiera sido capaz el de Alto Lucero con la tecnología de nuestro tiempo.

Pegasus, un arma de última generación, cayó en manos, diría el principal referente del espionaje mexicano, de unos estúpidos cerebros de ostión.

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jueves, 22 de junio de 2017

¿Quién controla Pegasus? por Francisco Baeza


Francisco Baeza Vega [@paco_baeza_]. 20 de junio de 2017.

La antigua Dirección Federal de Seguridad (DFS), antecesora del moderno Centro de Investigación y Seguridad Nacional (CISEN) nació entre 1946 y 1947. En sus cuatro décadas de vida, sus espías nunca tuvieron muy claro qué era aquello de seguridad nacional. Fernando Gutiérrez Barrios, el más afamado de ellos, igual interrogaba a un grupo de exiliados cubanos que pinchaba los teléfonos de la oposición. Cierta vez, recuerda Sergio Aguayo en La charola (Grijalbo, 2001), mandó investigar “la veracidad de una noticia de El Universal que alardeaba de presentar ‘la primera fotografía clara de un platillo volador’”. No era tal…

Los espías siguen sin tener claro qué es seguridad nacional. En la lógica cortoplacista de la actual administración, la misión del CISEN se ha corrompido groseramente. El Centro espía a periodistas, abogados, activistas, secretarios de Estado. Con información de The Citizen Lab, The New York Times ha destapado la punta del iceberg: “Usado mensajes de texto como señuelo, el gobierno mexicano espía a periodistas y a sus familias”. Al instalarse en el teléfono de su víctima, Pegasus, el software utilizado para tal propósito, accede a todos los archivos y se hace del control del micrófono y la cámara del aparato. Su fabricante, la israelí NSO Group Technologies, propiedad de la estadounidense Francisco Partners —la misma que pagaba una plata por el asesoramiento del controvertido Michael Flynn—, advierte que su venta está restringida a gobiernos y que estos solo pueden utilizarla “para combatir el terrorismo y el crimen organizado”. Su uso indiscriminado haría de los mexicanos repudiables en la comunidad de inteligencia. O no: el primer ataque conocido con éste bicho ocurrió el año pasado contra un grupo de activistas emiratíes perseguidos por protestar contra su gobierno.

Según la nota de The New York Times, los ciberataques habrían sido ordenados “por el gobierno mexicano o por elementos corruptos dentro de él”. La responsabilidad política recae en Miguel Ángel Osorio Chong y en Eugenio Imaz, pero es imposible saber quién exactamente dio la orden de, por ejemplo, dirigirlos contra el hijo menor de edad de Carmen Aristegui. Entonces, ¿quién controla Pegasus? El caos que impera en el aparato de seguridad del Estado hace imposible saberlo con certeza. En primer lugar, porque el principal servicio de inteligencia civil es acéfalo. Imaz, un incondicional de Osorio Chong, lucha, a la vez, contra un cáncer que lo ha tenido muy fuera de circulación y contra su propia incompetencia, atribuible a su inexperiencia en estos menesteres. En segundo lugar, porque la inteligencia está fragmentada. La fractura viene de lejos, del tiempo en el que el CISEN se abrió paso a costa de la DFS, arrojando a la mayoría de sus agentes a los brazos abiertos del crimen organizado. Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo consolidaron y profesionalizaron el Centro —a sus arquitectos, dicho sea de paso, les ubicamos más o menos involucrados en el gobierno de Puebla—. ¡Y luego llegó Vicente Fox y en un arranque de paranoia se cargó el esfuerzo de una década, la estructura del “espionaje priísta”! Desde entonces, a peor…

¡Ay, si don Fernando viviera! Fernando Gutiérrez Barrios se asquearía de la pachanga que han hecho en su oficina. Provoca escalofríos imaginar de qué hubiera sido capaz el de Alto Lucero con la tecnología de nuestro tiempo.

Pegasus, un arma de última generación, cayó en manos, diría el principal referente del espionaje mexicano, de unos estúpidos cerebros de ostión.

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