La antigua Dirección Federal de
Seguridad (DFS), antecesora del moderno Centro de Investigación y Seguridad Nacional
(CISEN) nació entre 1946 y 1947. En sus cuatro décadas de vida, sus espías
nunca tuvieron muy claro qué era aquello de seguridad nacional. Fernando
Gutiérrez Barrios, el más afamado de ellos, igual interrogaba a un grupo de
exiliados cubanos que pinchaba los teléfonos de la oposición. Cierta vez,
recuerda Sergio Aguayo en La charola (Grijalbo, 2001), mandó investigar “la
veracidad de una noticia de El Universal que alardeaba de presentar ‘la primera
fotografía clara de un platillo volador’”. No era tal…
Los espías siguen sin tener claro qué es seguridad nacional.
En la lógica cortoplacista de la actual administración, la misión del CISEN se
ha corrompido groseramente. El Centro espía a periodistas, abogados,
activistas, secretarios de Estado. Con información de The
Citizen Lab, The
New York Times ha destapado la punta del iceberg: “Usado mensajes de
texto como señuelo, el gobierno mexicano espía a periodistas y a sus familias”.
Al instalarse en el
teléfono de su víctima, Pegasus, el software utilizado
para tal propósito, accede a todos los archivos y se hace del control del
micrófono y la cámara del aparato. Su fabricante, la israelí NSO Group Technologies,
propiedad de la estadounidense Francisco Partners —la misma que pagaba una plata
por el asesoramiento del controvertido Michael Flynn—, advierte que su venta está
restringida a gobiernos y que estos solo pueden utilizarla “para combatir el
terrorismo y el crimen organizado”. Su uso indiscriminado haría de los
mexicanos repudiables en la comunidad de inteligencia. O no: el primer ataque conocido con éste bicho ocurrió el año pasado
contra un grupo de activistas emiratíes perseguidos por protestar contra su
gobierno.
Según la nota de The New York Times,
los ciberataques habrían sido ordenados “por el gobierno mexicano o por
elementos corruptos dentro de él”. La responsabilidad política recae en Miguel
Ángel Osorio Chong y en Eugenio Imaz, pero es imposible saber quién exactamente
dio la orden de, por ejemplo, dirigirlos contra el hijo menor de edad de Carmen
Aristegui. Entonces, ¿quién controla Pegasus? El caos que impera en el aparato
de seguridad del Estado hace imposible saberlo con certeza. En primer lugar,
porque el principal servicio de inteligencia civil es acéfalo. Imaz, un
incondicional de Osorio Chong, lucha, a la vez, contra un cáncer que lo ha
tenido muy fuera de circulación y contra su propia incompetencia, atribuible a
su inexperiencia en estos menesteres. En segundo lugar, porque la inteligencia
está fragmentada. La fractura viene de lejos, del tiempo en el que el CISEN se
abrió paso a costa de la DFS, arrojando a la mayoría de sus agentes a los
brazos abiertos del crimen organizado. Carlos Salinas de Gortari y Ernesto
Zedillo consolidaron y profesionalizaron el Centro —a sus arquitectos, dicho sea de paso, les ubicamos más o menos
involucrados en el gobierno de Puebla—. ¡Y luego llegó Vicente Fox y en un
arranque de paranoia se cargó el esfuerzo de una década, la estructura del
“espionaje priísta”! Desde entonces, a peor…
¡Ay, si don Fernando viviera! Fernando
Gutiérrez Barrios se asquearía de la pachanga que han hecho en su oficina.
Provoca escalofríos imaginar de qué hubiera sido capaz el de Alto Lucero con la
tecnología de nuestro tiempo.
Pegasus, un arma de última generación,
cayó en manos, diría el principal referente del espionaje mexicano, de unos
estúpidos cerebros de ostión.
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