viernes, 25 de noviembre de 2016

Si Peña Nieto leyera a Krauze… Por Francisco Baeza



 [@paco_baeza_]

—Muy bien. Pos orita los van a llevar para que vayan y puedan tener los libros que les gustan para que los empiecen a ler. ¿Seguro van a ler? —. La jerga muy poco cervantina de Aurelio Nuño no pasó inadvertida para la pequeña Andrea: —No se dice ler —le corrigió, sin sospechar que su gentileza subiría al secretario al tren del meme—. Se dice leer.

¡Ay, si José Vasconselos viera lo que han hecho con su oficina!...

Fue en otra Feria del libro, la de Guadalajara, de 2011, donde Enrique Peña Nieto, entonces candidato, nos dio un adelanto de cómo sería como presidente. Como Andrea, Jacobo García, corresponsal de El Mundo, no tenía la intención de molestar al distinguido invitado; su pregunta fue, casi, de cortesía: —¿Qué tres libros han marcado su vida personal y política? —. El autor de El presidencialismo mexicano y Álvaro Obregón no pudo citar uno sólo de los textos que consultó para escribir su tesis.

Aunque los despistes sugieran lo contrario, Peña Nieto sí lee. El presidente ha dado asomos de haber leído, por ejemplo, a Manuel Camacho al derecho, alguna vez, o a Umberto Eco. Si el presidente ha leído, además, a Enrique Krauze, será consciente de que su administración ha entrado en fase de muerte técnica, de que le ha llegado la hora, muy, muy temprano “de asistir a la disminución ineluctable de su poder”.

La consecuencia inmediata de la disminución de éste es la pérdida de la iniciativa:

La respuesta de Peña Nieto a la sorprendente victoria de Donald Trump —sorprendente para todos, excepto para Luis Videgaray. ¡Salud por él!—, por ejemplo, evidenció cuán poco margen de maniobra le queda. La inacción del presidente dejó al descubierto un socavón que se hunde donde alguna vez se erigió el poder presidencial.

El 31 de agosto, Peña Nieto se quedó aferrado a su atril mientras el extraño dirigía la conferencia de prensa a placer; el 8 de noviembre, hizo mutis mientras otros tomaban la palabra:

El primero en hacerlo fue Andrés Manuel López Obrador. El tabasqueño llamó a la calma alegando que “no hay motivo de preocupación […] porque México no es una colonia, no es un protectorado”. En la forma, un legarretazo; en el fondo, un movimiento calculado. En clave política, el mensaje es que el único responsable del deterioro político, social y económico del país será el presidente mexicano; no Trump, ¡Peña Nieto!

De madrugada, lo hizo Margarita Zavala. La panista lucía demacrada, contaba con que “el (inminente) triunfo de Hillary Clinton”, más que “significar el avance de la mujer en la política”, legitimara las aspiraciones presidenciales de las ex primeras damas. En Latinoamérica, solo Mireya Moscoso de Arias y Cristina Fernández de Kirchner han logrado romper ese techo. Caso aparte, el de Estelita Martínez de Perón…

—¡La silla del águila, de Krauze! —respondió, por fin, Enrique Peña Nieto a un Jacobo García que no sabía dónde meterse. Si el presidente ha leído a Krauze, sabrá que Lorenzo Terán es un personaje de otros cuentos y reconocerá que nos encentramos en “esa zona gris del calendario político mexicano que propicia el reacomodo de los otros poderes, ávidos de ganar posiciones para el sexenio siguiente”. En circunstancias normales, el presidente saliente y el presidente entrante controlarían la vorágine darwiniana para asegurar una transición ordenada; en éstas circunstancias, inéditas, el presidente podría ser rebasado.

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viernes, 25 de noviembre de 2016

Si Peña Nieto leyera a Krauze… Por Francisco Baeza



 [@paco_baeza_]

—Muy bien. Pos orita los van a llevar para que vayan y puedan tener los libros que les gustan para que los empiecen a ler. ¿Seguro van a ler? —. La jerga muy poco cervantina de Aurelio Nuño no pasó inadvertida para la pequeña Andrea: —No se dice ler —le corrigió, sin sospechar que su gentileza subiría al secretario al tren del meme—. Se dice leer.

¡Ay, si José Vasconselos viera lo que han hecho con su oficina!...

Fue en otra Feria del libro, la de Guadalajara, de 2011, donde Enrique Peña Nieto, entonces candidato, nos dio un adelanto de cómo sería como presidente. Como Andrea, Jacobo García, corresponsal de El Mundo, no tenía la intención de molestar al distinguido invitado; su pregunta fue, casi, de cortesía: —¿Qué tres libros han marcado su vida personal y política? —. El autor de El presidencialismo mexicano y Álvaro Obregón no pudo citar uno sólo de los textos que consultó para escribir su tesis.

Aunque los despistes sugieran lo contrario, Peña Nieto sí lee. El presidente ha dado asomos de haber leído, por ejemplo, a Manuel Camacho al derecho, alguna vez, o a Umberto Eco. Si el presidente ha leído, además, a Enrique Krauze, será consciente de que su administración ha entrado en fase de muerte técnica, de que le ha llegado la hora, muy, muy temprano “de asistir a la disminución ineluctable de su poder”.

La consecuencia inmediata de la disminución de éste es la pérdida de la iniciativa:

La respuesta de Peña Nieto a la sorprendente victoria de Donald Trump —sorprendente para todos, excepto para Luis Videgaray. ¡Salud por él!—, por ejemplo, evidenció cuán poco margen de maniobra le queda. La inacción del presidente dejó al descubierto un socavón que se hunde donde alguna vez se erigió el poder presidencial.

El 31 de agosto, Peña Nieto se quedó aferrado a su atril mientras el extraño dirigía la conferencia de prensa a placer; el 8 de noviembre, hizo mutis mientras otros tomaban la palabra:

El primero en hacerlo fue Andrés Manuel López Obrador. El tabasqueño llamó a la calma alegando que “no hay motivo de preocupación […] porque México no es una colonia, no es un protectorado”. En la forma, un legarretazo; en el fondo, un movimiento calculado. En clave política, el mensaje es que el único responsable del deterioro político, social y económico del país será el presidente mexicano; no Trump, ¡Peña Nieto!

De madrugada, lo hizo Margarita Zavala. La panista lucía demacrada, contaba con que “el (inminente) triunfo de Hillary Clinton”, más que “significar el avance de la mujer en la política”, legitimara las aspiraciones presidenciales de las ex primeras damas. En Latinoamérica, solo Mireya Moscoso de Arias y Cristina Fernández de Kirchner han logrado romper ese techo. Caso aparte, el de Estelita Martínez de Perón…

—¡La silla del águila, de Krauze! —respondió, por fin, Enrique Peña Nieto a un Jacobo García que no sabía dónde meterse. Si el presidente ha leído a Krauze, sabrá que Lorenzo Terán es un personaje de otros cuentos y reconocerá que nos encentramos en “esa zona gris del calendario político mexicano que propicia el reacomodo de los otros poderes, ávidos de ganar posiciones para el sexenio siguiente”. En circunstancias normales, el presidente saliente y el presidente entrante controlarían la vorágine darwiniana para asegurar una transición ordenada; en éstas circunstancias, inéditas, el presidente podría ser rebasado.

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