jueves, 20 de octubre de 2016

LA SENDA DE DIONISIO STONE. por Dionisio Stone


Cavé en lo profundo de mi ser y encontré, para mi desgracia, nada más que vacuidad. Por lo tanto había que llenar el vacío de inmediato o moriría de inanición. Así fue como esa tarde monótona, calurosa y repugnante me dispuse a leer Los Escándalos de Crome de Aldous Huxley. En esa obra encontré un personaje de características peculiares, y por peculiares quiero decir que eran iguales a un espejo que reflejaba y señalaba mis propias aspiraciones y complejos, virtudes y defectos; y quizá a causa del calor, fui presa de un efecto soporífero y en consecuencia esos reflejos bien podrían haber sido distorsiones o espejismos (que un lector más versado en filología, entendiendo ésta como el arte de leer bien, justo como dijo Nietzsche en su obra El Antricristo, juzgue como correcta o errónea la interpretación del personaje).

Pese a la posible tergiversación... Allí estaba él: Dionisio Stone. Tenía 23 años y era sensible hasta los huesos, el cabello, el pulmón derecho; sensible hasta el ocaso, el atardecer, el anochecer; sensible hasta el límite de lo soportable: sobre-estimulado y por tanto, encorvado.

Despreciaba a pretenciosos y presumidos, sencillos y comunes por igual, debido a su propia dualidad de inferioridad-superioridad. Escribía poesía e intentaba escribir novelas colmadas de ideas desprovistas de interés, tan comunes en alguien de su edad. Amaba tímida y secretamente a Ana o a cualquier otra con sonrisa cínica de gata maliciosa. Se sentía intimidado por intelectuales con más bagaje cultural y seres cuyos pensamientos lo hacían parecer como un niño que se chupaba el dedo. 

Su talento se veía opacado a la luz de escritores más maduros y experimentados que podían escribir 1200 palabras en un cuarto de hora, mientras él lo hacía en 5 horas. Siempre tenía una historia que contar interrumpida por historias más interesantes contadas por alguien más; e interrumpido por su propia inseguridad, callaba.

El mundo real era un clavo sobre su mundo irreal. No podía aceptar nada de lo que la realidad le ofreciera sin recibirlo con recelo, lo mismo si era bello que si era útil.


Así es como podría empezar la senda de Dionisio. No obstante, Jean Paul dijo en su Náusea que generalmente empezamos por lo que creemos es el principio, cuando en verdad comenzamos por el fin: el FIN o los FINES están ahí, invisibles. Sin embargo yo creo que este FIN refulge de claridad.

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jueves, 20 de octubre de 2016

LA SENDA DE DIONISIO STONE. por Dionisio Stone


Cavé en lo profundo de mi ser y encontré, para mi desgracia, nada más que vacuidad. Por lo tanto había que llenar el vacío de inmediato o moriría de inanición. Así fue como esa tarde monótona, calurosa y repugnante me dispuse a leer Los Escándalos de Crome de Aldous Huxley. En esa obra encontré un personaje de características peculiares, y por peculiares quiero decir que eran iguales a un espejo que reflejaba y señalaba mis propias aspiraciones y complejos, virtudes y defectos; y quizá a causa del calor, fui presa de un efecto soporífero y en consecuencia esos reflejos bien podrían haber sido distorsiones o espejismos (que un lector más versado en filología, entendiendo ésta como el arte de leer bien, justo como dijo Nietzsche en su obra El Antricristo, juzgue como correcta o errónea la interpretación del personaje).

Pese a la posible tergiversación... Allí estaba él: Dionisio Stone. Tenía 23 años y era sensible hasta los huesos, el cabello, el pulmón derecho; sensible hasta el ocaso, el atardecer, el anochecer; sensible hasta el límite de lo soportable: sobre-estimulado y por tanto, encorvado.

Despreciaba a pretenciosos y presumidos, sencillos y comunes por igual, debido a su propia dualidad de inferioridad-superioridad. Escribía poesía e intentaba escribir novelas colmadas de ideas desprovistas de interés, tan comunes en alguien de su edad. Amaba tímida y secretamente a Ana o a cualquier otra con sonrisa cínica de gata maliciosa. Se sentía intimidado por intelectuales con más bagaje cultural y seres cuyos pensamientos lo hacían parecer como un niño que se chupaba el dedo. 

Su talento se veía opacado a la luz de escritores más maduros y experimentados que podían escribir 1200 palabras en un cuarto de hora, mientras él lo hacía en 5 horas. Siempre tenía una historia que contar interrumpida por historias más interesantes contadas por alguien más; e interrumpido por su propia inseguridad, callaba.

El mundo real era un clavo sobre su mundo irreal. No podía aceptar nada de lo que la realidad le ofreciera sin recibirlo con recelo, lo mismo si era bello que si era útil.


Así es como podría empezar la senda de Dionisio. No obstante, Jean Paul dijo en su Náusea que generalmente empezamos por lo que creemos es el principio, cuando en verdad comenzamos por el fin: el FIN o los FINES están ahí, invisibles. Sin embargo yo creo que este FIN refulge de claridad.

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