miércoles, 7 de septiembre de 2016

Crónica de las peores horas del sexenio. Por Francisco Baeza


[@paco_baeza_]

“¿Cómo puede un hombre estar satisfecho si tiene una opinión y se queda tranquilo con ella? ¿Puede estar tranquilo si lo que opina es que está ofendido?” (Henry Thoreau)…

La reunión de Enrique Peña Nieto y Donald Trump ocurrió en el momento más inoportuno —en la práctica, anuló los festejos del 4° Informe de gobierno—y provocó una crisis política de consecuencias impredecibles —de acuerdo con Raymundo Riva Palacio, fracturó el gabinete presidencial.

La visita del candidato republicano a la presidencia de los Estados Unidos, no obstante, brindó al presidente una oportunidad rara, la de estar en sintonía con la mayoría de los mexicanos:

Sir, you have offended us! —se arrancó Peña Nieto, en perfecto inglés para sorpresa de todos—. Señor, nos ha ofendido— repitió en castellano, subrayando cada sílaba.

El presidente reiteró, en público, lo que había dicho al candidato en privado. De una manera correcta y educada, resumió el sentimiento de los mexicanos a uno y otro lado de la frontera. Decir la verdad, una verdad tan grande, no atentaba contra el protocolo; de hecho, debía establecerse como premisa si se quería abrir un espacio de diálogo en el que prevalecieran el respeto y la confianza.

La frase se volvió trending topic, #WeAreOffended! Por un momento, nuestras diferencias políticas menguaron y creció en nosotros un genuino orgullo patrio. ¡Nadie puede venir a insultarnos sin que, dentro de los márgenes del protocolo, lo devolvamos a su país de una patada! ¿Pensó, acaso, el gringo racista y xenófobo que podría visitar al presidente mexicano antes de presentar su propuesta migratoria antimexicana y que éste se quedaría de brazos cruzados?

Peña Nieto disfrutaba de un pequeño triunfo y merecía una pequeña tregua. El enemigo profanó con su planta su suelo y él le dio una lección de moralidad. ¡Él, cuya moralidad…!

¿Quién pagará por el muro? —la pregunta del periodista, formulada en un lenguaje ininteligible, devolvió a Peña Nieto de la fantasía.

Yo responderé primero, por supuesto —se adelantó Trump. El extraño dirigía la rueda de prensa a placer—No discutimos quién pagará el muro. Lo precisaremos en la siguiente reunión.
Peña Nieto se dobló sobre el atril. The wall! ¡El puto muro! ¡El símbolo perfecto del agravio! Lo había olvidado por completo. “Di algo inteligente o van a creer que eres idiota”, pensó.
Han habido —dijo, por fin, vacilante— malinterpretaciones que han afectado a los mexicanos en la percepción que tienen sobre su candidatura.

El presidente entiende por malinterpretaciones los insultos que Trump ha proferido a los migrantes mexicanos — los ha llamado, por ejemplo, “criminales” y “violadores”, términos que no dejan margen de apreciación. Su galimatías solo puede entenderse desde la lógica de El Sombrerero o de Juan Matus, según la cual la indignación no se debería a la realidad en sí sino a la percepción que tenemos de la realidad.

Para Peña Nieto, la reunión fue un fracaso; para Trump, fue un éxito. Uno quedó como un mandatario agachón; el otro, como el estadista que pretender ser. Los seguidores del candidato interpretaron el silencio del presidente como rendición. La réplica de éste fue tardía e inútil, y, dicho sea de paso, ignorada…

Al día siguiente, en el marco de los festejos del 4° Informe de gobierno —o de lo que quedó de ellos—, Juan Luis, de Campeche, tuvo el honor de inaugurar el encuentro del presidente con jóvenes. El formato del evento se antojaba bueno.

Antes que nada, quiero agradecerle, porque gracias a usted lo tenemos todo —abrió, emocionado—. Mi pregunta es: ¿Qué otras buenas noticias nos tiene?

La desafortunada intervención de Juan Luis aniquiló la credibilidad del ejercicio. El presidente despreció una buena oportunidad de hacer clic con los millennials (14 millones de ellos podrán votar por primera vez en 2018).

Aprovechando el foro, Peña Nieto insistió en que asumirá los costos de su impopularidad. El presidente ha aceptado la muerte técnica de su administración. A partir de este punto, la prioridad será la supervivencia política de su grupo…

Así, las peores horas del sexenio.

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miércoles, 7 de septiembre de 2016

Crónica de las peores horas del sexenio. Por Francisco Baeza


[@paco_baeza_]

“¿Cómo puede un hombre estar satisfecho si tiene una opinión y se queda tranquilo con ella? ¿Puede estar tranquilo si lo que opina es que está ofendido?” (Henry Thoreau)…

La reunión de Enrique Peña Nieto y Donald Trump ocurrió en el momento más inoportuno —en la práctica, anuló los festejos del 4° Informe de gobierno—y provocó una crisis política de consecuencias impredecibles —de acuerdo con Raymundo Riva Palacio, fracturó el gabinete presidencial.

La visita del candidato republicano a la presidencia de los Estados Unidos, no obstante, brindó al presidente una oportunidad rara, la de estar en sintonía con la mayoría de los mexicanos:

Sir, you have offended us! —se arrancó Peña Nieto, en perfecto inglés para sorpresa de todos—. Señor, nos ha ofendido— repitió en castellano, subrayando cada sílaba.

El presidente reiteró, en público, lo que había dicho al candidato en privado. De una manera correcta y educada, resumió el sentimiento de los mexicanos a uno y otro lado de la frontera. Decir la verdad, una verdad tan grande, no atentaba contra el protocolo; de hecho, debía establecerse como premisa si se quería abrir un espacio de diálogo en el que prevalecieran el respeto y la confianza.

La frase se volvió trending topic, #WeAreOffended! Por un momento, nuestras diferencias políticas menguaron y creció en nosotros un genuino orgullo patrio. ¡Nadie puede venir a insultarnos sin que, dentro de los márgenes del protocolo, lo devolvamos a su país de una patada! ¿Pensó, acaso, el gringo racista y xenófobo que podría visitar al presidente mexicano antes de presentar su propuesta migratoria antimexicana y que éste se quedaría de brazos cruzados?

Peña Nieto disfrutaba de un pequeño triunfo y merecía una pequeña tregua. El enemigo profanó con su planta su suelo y él le dio una lección de moralidad. ¡Él, cuya moralidad…!

¿Quién pagará por el muro? —la pregunta del periodista, formulada en un lenguaje ininteligible, devolvió a Peña Nieto de la fantasía.

Yo responderé primero, por supuesto —se adelantó Trump. El extraño dirigía la rueda de prensa a placer—No discutimos quién pagará el muro. Lo precisaremos en la siguiente reunión.
Peña Nieto se dobló sobre el atril. The wall! ¡El puto muro! ¡El símbolo perfecto del agravio! Lo había olvidado por completo. “Di algo inteligente o van a creer que eres idiota”, pensó.
Han habido —dijo, por fin, vacilante— malinterpretaciones que han afectado a los mexicanos en la percepción que tienen sobre su candidatura.

El presidente entiende por malinterpretaciones los insultos que Trump ha proferido a los migrantes mexicanos — los ha llamado, por ejemplo, “criminales” y “violadores”, términos que no dejan margen de apreciación. Su galimatías solo puede entenderse desde la lógica de El Sombrerero o de Juan Matus, según la cual la indignación no se debería a la realidad en sí sino a la percepción que tenemos de la realidad.

Para Peña Nieto, la reunión fue un fracaso; para Trump, fue un éxito. Uno quedó como un mandatario agachón; el otro, como el estadista que pretender ser. Los seguidores del candidato interpretaron el silencio del presidente como rendición. La réplica de éste fue tardía e inútil, y, dicho sea de paso, ignorada…

Al día siguiente, en el marco de los festejos del 4° Informe de gobierno —o de lo que quedó de ellos—, Juan Luis, de Campeche, tuvo el honor de inaugurar el encuentro del presidente con jóvenes. El formato del evento se antojaba bueno.

Antes que nada, quiero agradecerle, porque gracias a usted lo tenemos todo —abrió, emocionado—. Mi pregunta es: ¿Qué otras buenas noticias nos tiene?

La desafortunada intervención de Juan Luis aniquiló la credibilidad del ejercicio. El presidente despreció una buena oportunidad de hacer clic con los millennials (14 millones de ellos podrán votar por primera vez en 2018).

Aprovechando el foro, Peña Nieto insistió en que asumirá los costos de su impopularidad. El presidente ha aceptado la muerte técnica de su administración. A partir de este punto, la prioridad será la supervivencia política de su grupo…

Así, las peores horas del sexenio.

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