miércoles, 18 de mayo de 2016

Cambiar para conservar Por Francisco Baeza


Luego de la histórica victoria del PAN en los ayuntamientos de Chihuahua y Juárez, en 1983, los jóvenes talentos del príismo, miembros de una novel generación de científicos en la que destacaba Carlos Salinas de Gortari, comprendieron que el monopolio del poder era insostenible. Era momento de aplicar la máxima de Jesús Reyes Heroles, paráfrasis del pensamiento de Edmund Burke: “Cambiar para conservar”. En 1989, el PRI de Salinas y de Luis Donaldo Colosio admitió la alternancia; rindió, por primera vez, una gubernatura, la de Baja California. La fiesta democratizadora del salinismo sería larga e irreversible: para 1996, la oposición gobernaría 4 estados y 444 municipios; para 2000, gobernaría el país y la capital, además de 11 estados y 1,031 municipios…

Compartir el poder probó ser posible y, en algunos casos, incluso, deseable.

El peyorativo “concertacesión” se acuñó, entonces, para definir a la práctica del oficialismo de aceptar los triunfos electorales de la oposición a cambio de su apoyo político…

Ante la gravedad de la amenaza de Andrés Manuel López Obrador la clase política está obligada a actuar en bloque. Inevitablemente, esta conducta dará lugar a “concertacesiones”. PRI y PAN preferirán coordinarse en ciertos escenarios si, al hacerlo, lastiman los intereses estratégicos del tabasqueño:

En su artículo del 11 de abril, Álvaro Delgado teorizaba que para un sector del PRI no habría problema en rendir Puebla y Veracruz. “La aritmética es simple” – sostiene el autor – “[Igual que Miguel Ángel Osorio Chong,] Rafael Moreno Valle y Migue Ángel Yunes son discípulos de Elba Esther Gordillo y, en 2018, serán aliados contra López Obrador”. Cosa de grupos, no de colores.

Para el PRI, Puebla y Veracruz, a pesar su atractivo botín electoral, son, pues, negociables:

A favor de la negociación juega que sus próximas administraciones serán cortas. En 2011, las bancadas del PAN, en Puebla, y del PRI, en Veracruz, impulsaron sendas reformas a sus códigos electorales para elegir al titular de sus Ejecutivos la misma fecha en que se elija al presidente de la República. Las reformas, dijeron, con franqueza, servirían para reducir los costos de los procesos electorales y aumentar la participación ciudadana. Lo que no dijeron es que, además, servirían a los gobernadores en turno para controlar sus respectivos procesos sucesorios; que Moreno Valle tendría la chance de consolidar su cacicazgo y Javier Duarte de cubrirse las espaldas. De la homologación de las fechas electorales resultaron las “minigobernaturas”, administraciones transitorias que apenas habrán cumplido la mitad de su tiempo cuando se abra el siguiente proceso electoral. Sus titulares serán mandatarios débiles, incapaces de desarrollar un proyecto político propio; casi, encargados de despacho.

En el caso de Puebla, la postulación de José Antonio Gali Fayad, el delfín del muy peñista Moreno Valle, ayudaría a empatar los intereses del PAN y del PRI. El de Gali sería un Ejecutivo de transición con el que ambas partes podrían estar de acuerdo. Que el candidato dé la impresión – certera, según quienes lo conocen – de estar de paso por la política, motivado, si eso, más por un genuino deseo de servicio a los poblanos y al gobernador que por el de hacer carrera, hace aun más factible éste escenario.

En el caso de Veracruz, un estado históricamente priísta, la desastrosa gestión de Duarte obligaría al partido fundado por Miguel Alemán Valdés a reinventarse.

En ambos escenarios urge que PRI y PAN firmen una tregua. En uno, el cruce de acusaciones de las últimas semanas amenaza con abrir heridas que malogren cualquier negociación futura; en el otro, del río revuelto de los Yunes, Cuitláhuac García está haciendo ganancia.


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miércoles, 18 de mayo de 2016

Cambiar para conservar Por Francisco Baeza


Luego de la histórica victoria del PAN en los ayuntamientos de Chihuahua y Juárez, en 1983, los jóvenes talentos del príismo, miembros de una novel generación de científicos en la que destacaba Carlos Salinas de Gortari, comprendieron que el monopolio del poder era insostenible. Era momento de aplicar la máxima de Jesús Reyes Heroles, paráfrasis del pensamiento de Edmund Burke: “Cambiar para conservar”. En 1989, el PRI de Salinas y de Luis Donaldo Colosio admitió la alternancia; rindió, por primera vez, una gubernatura, la de Baja California. La fiesta democratizadora del salinismo sería larga e irreversible: para 1996, la oposición gobernaría 4 estados y 444 municipios; para 2000, gobernaría el país y la capital, además de 11 estados y 1,031 municipios…

Compartir el poder probó ser posible y, en algunos casos, incluso, deseable.

El peyorativo “concertacesión” se acuñó, entonces, para definir a la práctica del oficialismo de aceptar los triunfos electorales de la oposición a cambio de su apoyo político…

Ante la gravedad de la amenaza de Andrés Manuel López Obrador la clase política está obligada a actuar en bloque. Inevitablemente, esta conducta dará lugar a “concertacesiones”. PRI y PAN preferirán coordinarse en ciertos escenarios si, al hacerlo, lastiman los intereses estratégicos del tabasqueño:

En su artículo del 11 de abril, Álvaro Delgado teorizaba que para un sector del PRI no habría problema en rendir Puebla y Veracruz. “La aritmética es simple” – sostiene el autor – “[Igual que Miguel Ángel Osorio Chong,] Rafael Moreno Valle y Migue Ángel Yunes son discípulos de Elba Esther Gordillo y, en 2018, serán aliados contra López Obrador”. Cosa de grupos, no de colores.

Para el PRI, Puebla y Veracruz, a pesar su atractivo botín electoral, son, pues, negociables:

A favor de la negociación juega que sus próximas administraciones serán cortas. En 2011, las bancadas del PAN, en Puebla, y del PRI, en Veracruz, impulsaron sendas reformas a sus códigos electorales para elegir al titular de sus Ejecutivos la misma fecha en que se elija al presidente de la República. Las reformas, dijeron, con franqueza, servirían para reducir los costos de los procesos electorales y aumentar la participación ciudadana. Lo que no dijeron es que, además, servirían a los gobernadores en turno para controlar sus respectivos procesos sucesorios; que Moreno Valle tendría la chance de consolidar su cacicazgo y Javier Duarte de cubrirse las espaldas. De la homologación de las fechas electorales resultaron las “minigobernaturas”, administraciones transitorias que apenas habrán cumplido la mitad de su tiempo cuando se abra el siguiente proceso electoral. Sus titulares serán mandatarios débiles, incapaces de desarrollar un proyecto político propio; casi, encargados de despacho.

En el caso de Puebla, la postulación de José Antonio Gali Fayad, el delfín del muy peñista Moreno Valle, ayudaría a empatar los intereses del PAN y del PRI. El de Gali sería un Ejecutivo de transición con el que ambas partes podrían estar de acuerdo. Que el candidato dé la impresión – certera, según quienes lo conocen – de estar de paso por la política, motivado, si eso, más por un genuino deseo de servicio a los poblanos y al gobernador que por el de hacer carrera, hace aun más factible éste escenario.

En el caso de Veracruz, un estado históricamente priísta, la desastrosa gestión de Duarte obligaría al partido fundado por Miguel Alemán Valdés a reinventarse.

En ambos escenarios urge que PRI y PAN firmen una tregua. En uno, el cruce de acusaciones de las últimas semanas amenaza con abrir heridas que malogren cualquier negociación futura; en el otro, del río revuelto de los Yunes, Cuitláhuac García está haciendo ganancia.


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